miércoles, 23 de octubre de 2013

Los Mil. (Un homenaje consciente a José Saramago)

1
 
Puertas para afuera (por las distintas calles de la ciudad) las alarmas suenan estridentes y las sirenas chillan avivando el caos que provoca el fuego. Nubes de humo vuelan por todos lados. Gritos, llantos, lujuria e incomprensión. Llamas y explosiones.
Mientras tanto y puertas para adentro (y sepa el lector que cuando decimos “puertas para adentro” nos estamos refiriendo a palacios municipales, casa de gobierno, edificios ministeriales) reina un caos similar.
Gritos, portazos, bronca e indignación. Llamas y explosiones.
Es que estamos en condiciones de afirmar que las autoridades se encuentran sumergidas en un grado de desconcierto desmedido. Las pujas y las responsabilidades sobrevuelan los pasillos. Los teléfonos arden. Los gritos van y vienen.
Es por todo esto que el Señor Ministro de Seguridad y Defensa, presionado por el Presidente de la República, pierde la cabeza y paradójicamente decide pedir la cabeza del jefe de la fuerza policial; pues -a su criterio-, además de ser el causal de todos los males, lo considera un gordo inepto que apenas puede moverse de su escritorio.  
Está por hacer el llamado pertinente y el Viceministro, que todo lo ve desde su posición inadvertida y de menor protagonismo, le advierte que hacer una jugada de aquella naturaleza podría perjudicarlo. Entonces el tecnócrata lo medita medio segundo, y prudentemente -antes de tomar cualquier medida apresurada que le cueste el cargo-, decide una reunión con el máximo responsable de la fuerza de seguridad, con carácter de urgencia, para oír lo que tenga que decir. Y después… después decidirá…
Al cabo de unos minutos se reúnen en su despacho y el Comisario General, Jefe de la Policía Federal,  presenta un informe lapidario y alarmante:
1) Confirmado: La quema de automóviles en la vía pública es una tendencia que ha vuelto a la ciudad en  una escala pavorosa.
2) Presos los autores materiales e intelectuales de los actos de vandalismo de otrora, las investigaciones giran alrededor de posibles células externas pertenecientes a éstos mismos grupos…
Sin embargo, el Comisario General afirma -con ciertos rubores faciales- que esta teoría de supuestas células vandálicas dispersadas por las calles queda descartada,  ya que tras varios días de arduos interrogatorios y allanamientos, se llegó a la simple conclusión de que no había ningún indicio, pista, huella o rastro de algún tipo. 
El Flamante Ministro de seguridad trata de mantener la calma.
Suficiente, dice con voz baja y atiende el teléfono de su despacho que está sonando hace treinta segundos. Escucha, se levanta y sale con apremio para  la casa de gobierno.
 
2
Ante este panorama no nos resulta extraño pensar que el Presidente de la Nación haya convocado a una reunión de gabinete y que su primer invitado fuese el máximo responsable de la cartera de seguridad. Y si a algún lector le pareciera demasiado tomado a la tremenda este súbito convite, sería bueno aclararle que la quema de coches es una deflagración que aumenta con el correr de las horas, en un radio en constante crecimiento.
Se nos está yendo de las manos, piensa el mandatario mientras espera a su gabinete,  observando las imágenes que vomitan las pantallas de LED. 
Ola de atentado dantesca, informan los zócalos. Ya ni siquiera se respetan los horarios de antes. Los agitadores no se ocultan tras la oscuridad de la noche negra y desierta para perpetuar los incendios. Los momentos preferidos para los sucesos violentos son la mañana temprano y los horarios de la siesta. Se cuentan entre varios los vecinos que asustados por las explosiones vieron interrumpido su descanso.
Es por todo lo expuesto en las líneas precedentes que consideramos más que lógica la decisión del Presidente.  Que busque solucionar de inmediato el problema que está en boca de la opinión pública es una muestra de sentido común, eficacia y fobia electoral negativa. Pues de más está aclarar que los dieciocho canales de noticias no muestran otra información que no esté relacionada con la quema de coches. Es tanto el hambre por mostrar, que han enviado a movileros y periodistas a cualquier sitio donde asomara un poco de humo. Y así entonces es común y habitual encontrar reporteros desconcertados en varios piquetes, en depósito de basuras, fábricas de ladrillos, quema de pastizales; hasta inclusive en parrillitas al paso, degustando un choripán con chimi churri.
 En fin, no nos vayamos por las ramas. La reunión de gabinete está por llevarse a cabo. Y en la mesa alargada, casi infinita, del salón Norte de la Casa de Gobierno se encuentran los distintos  ministros: Salud, Economía, del Interior, el de Trabajo, Educación, Seguridad y Defensa; y por último el de Relaciones Exteriores.
En la sala se respira impaciencia e intranquilidad. Muchos de los funcionarios no sólo se sienten presionados por el Señor Presidente, sino que además hay distintos grupos de poder pululando por los alrededores, haciéndoles saber a los burócratas -en muy buenos términos- su modo de ver la realidad, y más específicamente, su punto de vista respecto a los pirómanos desaforados.
Algún escéptico podrá pensar que estamos hablando de lobby….
Los grupos que “aprietan” a los ministros son varios:
Por un lado tenemos a la Cámara de Comercio del Automotor (CCA), la Asociación de Concesionarios de Automotores (ACA) y la Asociación de Fábricas de Automotores (ADEFA).
Resulta que este trío no ve con malos ojos que a un conjuntito reducido de lunáticos, se le ocurra prender fuego “un par de autos de vez en cuando”. Además preguntan inocentemente: ¿Quién está en condiciones de afirmar que se trata de vandalismo y no de situaciones fortuitas -como  un cortocircuito o una colilla mal apagada-, lo que genera esos incendios?
Sin embargo y más allá de estas especulaciones, los Ministros les preguntan a los voceros y presidentes de las distintas cámaras y asociaciones, que qué hay con los damnificados. ¿Los damnificados?, Los damnificados, responde el titular del ACA, Es tal la cara de contentos que ponen al recibir una unidad nueva, que es como si se hubieran olvidado de todos los males padecidos.
A esta altura, el lector ya habrá llegado a su propia conclusión de que a estas tres instituciones, les importa poco y nada que se investigue sobre los incendios y atentados. La verdadera razón es que por todo esto, la fabricación y venta de unidades 0km han aumentado más de un 50% y ya es record histórico para la industria. Sin olvidarnos de las transacciones de los usados que se han acentuado un tanto más.
Y qué curioso, hasta el secretario de la Asociación de Garajes y Estacionamientos (AGES), que ha llegado tarde a la reunión, apoya de manera tácita que se haga la vista gorda al respecto. Y sí, los estacionamientos están colmadísimos. Ya nadie quiere dejar nada en la calle. Las listas de espera son infinitas y las especulaciones, carroñeras y variadas.
No obstante, en la vereda de enfrente nos encontramos con otros sectores, que también presionan y que también quieren llevar harina hacia su costal.
Entre ellos podemos enumerar a la Asociación de Compañías de Seguro (ACS) como el gran perjudicado en todo esto y el que mayor presión ejerce para que se solucione semejante problema. Obviamente está respaldada por la Superintendencia de Seguros de la Nación (SSN). También tenemos a los organismos de defensa del consumidor, las ONG´S y La Federación de Bomberos Voluntarios (FBV) cuyo vocero sostiene que sus compañeros con tanto incendio en la ciudad, están perdiendo definitivamente la voluntad que da nombre y honor a su cuerpo.
El Presidente de la Nación escucha atónito el descargo que realizan sus ministros sobre toda estas presiones. Pero piensa que más allá del lobby que las distintas cámaras estén ejerciendo, la realidad es la que hay, y más realidad se vuelve cuando los dieciocho canales de noticias la muestran las 24 horas del día los 365 días del año.
Hay que buscar soluciones inmediatas, dice, Más patrullajes, más cámaras de seguridad, pinchaduras de teléfonos y en el caso más extremo, la caza de algún perejil (un chivo expiatorio) y después a rezar que no se sucedan más hechos aberrantes como los que vienen padeciendo.
3
Una semana después de implementar éste último plan recomendado por el Primer Mandatario, se vuelve a celebrar una reunión de gabinete. El ministro del Interior y el de Seguridad y Defensa no tienen buen aspecto.
Y bien, pregunta el Presidente, ¿En dónde estamos?
Los dos ministros se tiran la pelota, y ésta le cae al de Seguridad. ¿Quién si no?
Se aclara la garganta y tímidamente dice, En foja cero.
Un golpe seco y repentino suena en el Salón Norte de Casa de Gobierno. El Presidente piensa que son todos unos incompetentes y que tendrá que hablar por Cadena Nacional para anunciar lo que estaba evitando desde hacía semanas: decretar el toque de queda.
 
4
Ya está en su despacho y preparado para salir al aire. Lo rodean maquilladoras, camarógrafos, iluminadores, asesores y muchos “lameculos”. Está sentado en su escritorio, mirando de vez en cuando la cámara, tomando un vaso de agua. Recoge el papel donde está escrito el discurso que ha memorizado y lo esconde en el cajón.
Ya estamos, grita, Ya salimos. El corazón comienza a latirle, empieza el conteo final para salir al aire, 5, 4 ,3 ,2…
Y de pronto rompe la tensión un grito que viene desde el fondo. ¡Paren! ¡Paren! Cancelen la Cadena Nacional. ¡Cayeron los quemacoches! Exclama la voz con euforia y autoridad.
El Presidente siente una adrenalina extrema que lo impulsa a pararse casi de un salto. Gesticula y con un hilo de voz apenas audible, pide que se le haga caso al imprevisto vocero. Entonces va al encuentro del portavoz y descubre que no es otro más que su Ministro de Educación. Grande es la sorpresa que se lleva al notar que es el funcionario menos pensado el que parece haber solucionado el problema.
Se juntan en su despacho. Precipitaciones de preguntas caen y a montones: Dónde los tienen, Cómo los descubrieron, Cuántos son, Son de la oposición, Es una operación política.
El ministro sonríe y le pide ante todo calma.
Le dice que están todos los implicados detenidos en una escuela del norte de la ciudad, lo cual le da una idea de la magnitud de involucrados que hay en el asunto.
5
La comitiva sale con celeridad de la casa de gobierno. Van en caravana una veintena de autos blindados de vidrios oscuros que marchan por las avenidas de la ciudad, custodiados por motos policiales que a sirena limpia, van despejando el camino.
En el auto negro de insignia alemana viaja el Presidente junto al Ministro de Educación, que sonríe ante la insistente y constante interrogación a la que está siendo sometido por el Primer Mandatario.
Aguarde y verá, dice para calmar la fiereza presidencial. Pero cómo no los encontraron antes, insiste.
Entonces el chofer estaciona frente al establecimiento cuya bandera baila en lo alto del firmamento.
Entremos y véalo usted mismo, responde el educador.
El chofer le abre la puerta, el Ministro le pide que lo siga.
Mientras avanzan por los pasillos frescos de la escuela, los maestros y docentes salen a saludar a la investidura máxima de la República, y detrás del entusiasmo que genera aquella visita, sus rostros muestran preocupación y por qué no, cierto temor.
A paso ligero llegan hasta el salón de actos. El ministro empuja el portón que permite el ingreso a dicho recinto. El lugar es enorme. Tiene escenario de madera en el medio y cantidad de sillas donde el Presidente observa con cierto asombro a un millar de chicos sentados, quienes al notar la presencia del Mandatario, inmediatamente se paran y saludan cantando:
¡BUE-NOS-DÍ-AS-SE-ÑOR-PRE-SI-DEN-TE!
El hombre un poco desconcertado no logra entender lo que está sucediendo frente a sus ojos: ¿se trata de una broma? ¿Una sorpresa? ¿O simplemente algo que busque satisfacerlo en ese momento de crisis?
Dubitativo al principio, finalmente considera la última opción como la más lógica y valedera.
Le agradezco la sorpresa, dice con una sonrisa, Pero Ministro, Le exijo me lleve de inmediato con los vándalos.
Entonces, el funcionario apoya su mano derecha sobre el hombro del Mandatario y lo mira a los ojos. Los tiene delante suyo. Los quemacoches son estos niños, Señor Presidente.
 
FIN

EPÍLOGO
Encontrados los culpables y “detenidos” todos ellos, nos resta dilucidar y desenmarañar una serie de cuestiones pertinentes para que el relato cierre su círculo.
¿Fueron realmente ellos, los chicos? ¿Tienen algún vínculo con los anarquistas que años anteriores perpetraron actos similares pero en inferior escala? ¿Cómo hicieron para pasar desapercibidos? ¿Cómo los descubrieron? ¿Qué los motivó?:
Al primer interrogante no le corresponde otra respuesta que un SÍ enorme y con letra mayúscula por más de que al lector le cueste creerlo. Fueron ellos, los nenes, pequeñines de entre siete y once años, los autores intelectuales y materiales de lo que la prensa denominó “EL INFIERNO DE DANTE”. Una consecución de atentados perfectamente sincronizados que fueron creciendo en intensidad por todo el ancho y largo de la ciudad. Fueron perpetuados en horarios donde los adultos o estaban muy ocupado dirigiéndose hacia sus trabajos (mañana temprano) o se encontraban muy relajados durmiendo una siesta (media tarde). Y fíjense que esto no es casual porque ambos son momentos del día donde los pequeños caminan juntos y en bandadas hacia sus respectivas escuelas. ¿Qué más inocente que un grupo de chicos con su guardapolvo blanco camino a estudiar?
Los horarios de los ataques guardan también un vínculo extraordinario con el alcance que han tenido los atentados, pues escuelas hay muchas, y niños que concurren a ellas muchos más.
Con respecto al hecho de que tuvieran algún tipo de relación con los pirómanos presidiarios, las autoridades insisten en confirmar que no. Que ninguno de los más de mil “angelitos” que formaron parte de la quema de coches tuvo contacto, parentesco o trato con los detenidos. Sin embargo, lo que los pediatras y psicopedagogos no pueden negar, es la posibilidad de que alguno de los niños haya visto algún noticiero, en el cual se mostrara o hablara del accionar que estos grupos tuvieron años anteriores, y que por lo tanto, eso haya podido influir en cierto modo en el inconsciente de los pequeños.
¿Y cómo es que hicieron para burlarse de las fuerzas policiales y los organismos de inteligencia durante semanas?
El Ministro de Educación le explicó al Presidente que esa pequeña genialidad se debió básicamente a que la organización de cada acto era concebida con la práctica de un método milenario y antiguo: el boca a boca.
Sí, los chicos planificaban todo en los patios de las escuelas, durante los recreos, en las formaciones, en las canchitas de futbol, en el club del barrio, en las plazas… y siempre en voz baja. Lo cual nos hace inferir que con ello, no se dejaba ningún tipo de registro o prueba fáctica que pudiera dirigir a los organismos de seguridad hacia los culpables.
Otro hecho fundamental y que vale la pena dejar de manifiesto para que la sociedad aprenda a futuro, es la subestimación que los adultos tienen hacia ellos por considerarlos tan sólo lo que son, niños. Niños que se aprovecharon de su condición y de ese menosprecio, para poder llevar adelante sus planes.
Finalmente, gracias a Dios, el Himno y a la Patria, fueron puestos en evidencia cuando un maestro, al tomar el cuaderno de uno de los pequeños que denotaba problemas de aprendizaje, encontró una nota comprometedora donde se detallaba el ataque diario a una determinada cantidad de coches.
Cuando se le preguntó al chico qué significaba esa nota, respondió que era un mensaje que había intentado memorizar y que no lo había logrado; razón por la cual se vio obligado a escribirlo en un papel. Papel que se olvidó de tirar y que llegó a manos del docente, quien inmediatamente lo dio a conocer al director del establecimiento.
La cadena siguió así sucesivamente rango a rango, hasta llegar a los oídos del Ministro que con suma celeridad voló hacia Casa de Gobierno. 
Con lo expuesto hasta aquí, que a decir verdad guarda cierta lógica y coherencia, estamos en condiciones de afirmar que el lector se lleva más o menos un panorama casi acabado de la gran problemática que azotó a la sociedad y a la ciudad entera.
Pero hay una cuestión única y elemental, piedra fundamental de todo este embrollo (dicho con cierto eufemismo) que no se debe escapar de la recapitulación que se está realizando en las presentes líneas.
Esta madeja se desenredó más o menos así:
Dígame señor Ministro, Dígame que fue lo que los impulsó. Preguntó, casi rogándole el Presidente.
Entonces el funcionario de la cartera de educación con gesto amable y comprensivo lo invitó a tomar un paseo por las inmediaciones del barrio.
La Autoridad máxima de la República lo miró en un primer momento con cierta sorpresa, luego aceptó la invitación.
Salieron sigilosamente por la puerta de atrás. Lejos de las miradas indiscretas de las cámaras. Caminaron. Caminaron por horas y mientras andaban por las distintas calles, bajo ese atardecer tranquilo y apaciguado, con un sol que huía difusamente por el horizonte, el Ministro de Educación le explicaba y señalaba con el dedo las imágenes que daban fundamento a sus comentarios. Eran imágenes viales henchidas, colmadas y con un alto grado de saturación para la vista humana: callejones, calles, vías, avenidas devoradas por un sinfín de autos, camiones y camionetas estacionados. Autos, camiones y camionetas que se fueron devorando los cordones, las veredas, las zanjas… las calles y junto a ello,  los juegos…
Ese era un escenario real, crudo, verdadero; pero particularmente muy distinto al que El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas vivió durante su infancia.
Entonces entró en razón, su mente se iluminó, se sensibilizó. En ese lapso temporal dejó de ser el Presidente de la Republica y volvió a ser un chico más. Un chico lleno de sueños y alegrías.
Un chico que jugó al fútbol en una calle sin tráfico durante una noche de verano; un chico que pintó con tiza una rayuela sobre las baldosas de las veredas del barrio; un chico que jugó a la macha… que hizo carreras…que tiró piedras.
Un chico que saltó e hizo piruetas sobre cordones grisáceos con su patineta… con su bicicleta… y que desafió a las leyes de la gravedad, caminando cual equilibrista por esos mismos cordones que había usado como rampas para otros juegos.
Volvió a ser ese pequeñito que salía con su piloto amarillo para hacer navegar los barcos de papel que le fabricaba su madre. Navegarlos sobre esas zanjas acaudaladas cual ríos torrentosos…
Señor Presidente, Señor Presidente, lo sacó del ensimismamiento el Ministro de Educación.
El Primer Mandatario apagó el proyector y volvió al presente, a su presente, y se puso a observar esa perspectiva de autos fugando a un punto infinito, cuadra tras cuadra. No quitó la mirada a esos coches amontonados unos sobre otros, casi asfixiados, mal estacionados, acumulando suciedad, mugre, oprimiendo el juego de ellos. De los chicos. Y consecuentemente causándole uno de los peores dolores de cabeza de su corto mandato.
Señor. Qué hacemos, preguntó el ministro un poco conmovido porque, en cierto modo, creyó adivinar los pensamientos del jefe. Los absolvemos, interrogó tímido.
Y El Presidente, El Presidente de la República, El Primer Mandatario, El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas cuando estaba a punto de responder divisó en el aire un cuervo volando sobre su cabeza. Esta imagen inmediatamente le recordó las presiones de los grupos de poder, el Lobby, la industria, el motor del país, los canales de noticias, la oposición…y entonces respondió indignado:
Cómo se le ocurre, ¡Los mil! Si me oyó bien, ¡los mil a reformatorio!

martes, 13 de agosto de 2013

Brillando junto a la luna

Afuera, en las calles de una ciudad fría, la noche calla. De tanto en tanto se siente un leve zumbido que crece en intensidad y que rompe con ese silencio extraño y atípico. El caucho rodando por adoquines viejos y olvidados es música para la calma que cobija su alma.
El sujeto que tiene la mirada perdida, apoya la nariz en el helado ventanal y observa la avenida iluminada y desierta.
La pava silba y lo saca de ese estado de introversión en el que se encuentra inmerso.  Camina hasta la cocina, toma una taza y se prepara un café humeante. El aroma invade el ambiente y le da una efímera sensación de abrigo.
Abre la puerta y sale al balcón, se sienta en una silla de madera que cruje quejosamente. El olor del café se mezcla con el perfume de una planta de albahaca, en cuyas hojas de un verde intenso, se refleja la luz de una luna brillante y perfectamente redonda. El sujeto, que nota aquel fenómeno, levanta la cabeza y mira el anillo de cristal buscándote a vos….pero no te encuentra.
De pronto y mientras aguarda tu aparición, comienza a recordar viejos momentos.  Una sonrisa mezcla de pesares y alegrías amanece en su cara. Recuerda tu rostro, tus ojos. Sabe que aquella picardía y desfachatez que fueron parte de tu ternura permitió que se hicieran grandes confidentes.
El sujeto lleva la taza con las dos manos hacia la boca y le da un sorbo. El sabor es intenso y consuela el dolor de una garganta anudada por contener la congoja y la tristeza de tu partida. Su mente sin embargo te sigue evocando:
Y aparece tu figura frente a sus ojos, que abandonan lo oscuro de la noche y te ven sentada en el jardín de tu casa tomando sol, con tu boina. Estás sola, disfrutando del silencio y anhelando la visita de alguien que rompa la monotonía de los días, de las semanas, de tu linda vejez.  Y ahí aparece él, y vos sonreís porque disfrutás de su dulce y achocolatada compañía.
Y en aquella proyección de diapositivas temporales, la cronología se rompe, se desordena, el patrón se vuelve disruptivo y lo lleva más allá, a su infancia; donde también estás vos, junto a esos veranos hermosos, infinitos; disfrutando del agua, de las risas, los gritos, los juegos y las peleas. Del olor del jazmín, del sabor de las uvas, de la brisa estival y vespertina bajo la sombra del viejo aguaribay….
El individuo parpadea, y toda esa frescura y todo ese verdor que contrastan con la penumbra de la noche y el collage grisáceo de la ciudad, desaparecen. Mira la taza y está vacía. La borra del café dibuja formas indescriptibles y caprichosas, como invitando a ser interpretada.
En la desolación de la madrugada, el paso de un camión rompe el silencio en el que él está sumergido. Suspira, mira nuevamente al cielo oscuro tratando de descubrirte. Es una rutina que viene haciendo desde tu partida, desde aquel domingo a la tarde; sin embargo una nube caprichosa envuelve a la luna y la oculta por unos instantes.
Entonces baja la mirada y observa en una esquina del balcón, una botella vacía de un vino degustado, que le hace acordar los asados en tu compañía. Le rememora aquel domingo en el que unas copitas demás hicieron una fiesta de palabras en tu boca, avivando esa llama de picardía; provocando risas, carcajadas. Pero además recuerda ese sinfín de anécdotas tuyas. Siempre compartidas y nunca guardadas. Es que tu vida fue un libro abierto de historias preciosas e inolvidables.
 
Imprevistamente lo sorprende un bostezo. Se levanta del asiento que vuelve a crujir, y se dirige hacia la cocina. Decide prepararse otro café.
Al cabo de unos minutos vuelve al balcón con la taza en la mano, dispuesto a esperarte y a seguir recordando:
Recordar las recetas centenarias, sus charlas cómplices, las meriendas con mate y bizcochitos….
Y de repente aquella imagen… la imagen de la última tarde en que te vio.
De nuevo el dolor, de nuevo la sensación de angustia. Sabe que son el fruto del no haberte podido decir adiós como hubiera querido.  
No obstante ese padecimiento se desvanece de pronto y de manera mágica, cuando se sienta en la silla de madera, con el café recién preparado y tras mirar el cielo; que se ha despejado ocasionalmente, por fin te ve ahí arriba; centellando e iluminando con tu luz, la sonrisa blanca y los ojos celestiales de éste sujeto, que se conmueve y se consuela, porque comprueba que tus palabra fueron ciertas….
...Que a tu partida ibas a convertirte en una estrella. En esa estrella brillando junto a la luna…

lunes, 22 de julio de 2013

La respuesta

La mujer sale del juzgado junto a su representante. Sabe lo que le espera allí afuera. Se prepara, tuerce la cara esperando el embate periodístico. Y tal cual lo imagina, sucede. De repente la invade un enjambre de informadores que la picanean mientras ella intenta caminar, la picanean con cinco, diez, doce micrófonos. Todos ellos anhelan una declaración, una palabra, aunque sea un gesto.
Y lo único que escucha dentro de esa sopa de preguntas y confusión de voces es: Justicia, asesino, hija, juez, sentencia.
Lo cierto es que está cansada y mientras trata de esquivar a la muchedumbre carnívora, carroñera y desalmada, su mirada se cruza con la de un joven muchacho:
- ¿Señora, está satisfecha con el fallo? – Pregunta con frialdad.
La mujer asiente levemente.
El joven, no conforme con la primera declaración, arremete:
- ¿Siente que su hija descansa en paz?
Ella lo mira, se le extravían los ojos, se le acristalan. Abre la boca, se conmueve. No está segura que responder. Calla, piensa dubitativa, pero calla.
Entonces el abogado la toma por el brazo sacándola de ese estado de reflexión y la introduce en el auto. El vehículo ruge y se pierde con rapidez por las calles de la cruda ciudad.

Dos semanas después de aquel día fundamental, la madre de la víctima se levanta de la cama como un zombie y se sienta frente al televisor. Toma el control remoto. Prende el aparato, se detiene en un canal de noticias, tras unos minutos pasa a otro, sorprendida por lo que ve (o no ve) salta a un tercero, y así comienza un zapping veloz y constante.
Da vuelta una, dos y hasta tres veces a toda la grilla. Media hora, una hora, ve títulos de las noticias del día…. ¡Nada! No se la ve en la escuela, en las últimas vacaciones, en la plaza, el parque, en casa…no hay nada.
- …No hay nada… - susurra inaudiblemente.
Entonces su rostro dibuja una mueca. Se emociona y suspira. Aparta la mirada del televisor y responde para sí:
- Si, ahora descansa en paz.

jueves, 19 de abril de 2012

Imagen



La brisa del mar le golpea el rostro, le seca los lagrimales. El sujeto no puede parpadear, o no quiere. Tiene la mirada fija en una imagen. Una imagen familiar pero extraña a la vez, allí abajo, en aquella gran avenida ancha, anchísima; y no hay nada que lo saque de esa conmoción.
Es más, poco le importa los jardines donde se encuentra, de la elegancia y la distinción que tienen aquellos vergeles situados en la cima de la colina. Ya no lo asombra el estilo español del hotel, las losas mudéjares, las lámparas y los techos isabelinos, no disfruta más de las notas del piano que una mujer acaricia con manos de amante.


El sujeto observa esa imagen en medio de la penumbra de la gran avenida con sus luces pobres y opacas. Avenida que es recorrida por un extenso muro de piedras, ya centenario, que nada puede hacer contra el embate de los huracanes pero que al mar lo mantiene a raya, pase lo que pase.
Esa imagen le genera cierta rareza y mucha impresión. Pero no una impresión mala, ni siquiera buena, tan solo una impresión. Chicos, jóvenes, adultos, ancianos, amigos, familias, enamorados…
Toda la ciudad parece estar ahí ahora, junto al mar, sentada sobre las piedras del malecón, disfrutando de la noche estrellada y de la mutua compañía. La ciudad habla, grita, ríe, juega, comparte…. Comparte.


Y esa imagen transporta al sujeto de manera inmediata a un momento remoto, lejano; pero conocido. Aquella pintura que tiene frente a sus ojos le recuerda otra época donde las ciudades carecían de tantos elementos disociativos, donde el individualismo aun ni siquiera empezaba a asomar el hocico.
Si, le pareció verlo allí, en La Habana, la única ciudad del mundo donde la sociedad todavía sigue siendo eso, una sociedad viviendo en sociedad.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Noches de verano

Las noches de verano eran ese candombe de mosquitos molestando; eran el olor a Raid que se tiraba para que esos mismos mosquitos candomberos no lo picaran;
Las noches de verano eran el cantar de los grillos y la luz de las luciérnagas; eran el ruido de la bomba que llevaba agua al tanque de la terraza;
Las noches de verano eran el zumbido de las paletas de acrílico rojo del viejo ventilador de pie; eran el tenue resplandor del tubo de la cocina ;
Las noches de verano eran incluso el mismo silencio de un barrio desierto que descansaba en horas de la madrugada...

Las noches de verano son el ruido de ascensores propios y ajenos subiendo y bajando incansablemente;
Las noches de verano son los zumbidos industriales y vacíos de los aires acondicionados de todo el edificio;


Las noches de veranos son el constante tráfico yendo por las grandes avenidas que nunca descansan sin importar la hora;
Las noches de verano son los balcones con macetas sin lugar para los grillos ni para las extintas luciérnagas;
Las noches de verano son hasta la desazón del abandono de aquellos mosquitos que no trabajan a grandes alturas y que han jubilado consecuentemente al legendario Raid.


domingo, 28 de agosto de 2011

Pensamientos

En medio del tráfico, avanzando a paso de hombre, rodeado de caras poco amistosas de conductores irritables que quieren pasar por sobre todo y sobre todos, de conductoras maquillándose frente al espejo retrovisor y de choferes escarbándose los mocos inescrupulosamente; el sujeto dijo con convicción:

- No me banco más ésto, mañana dejo el auto en casa y vengo al trabajo en tren.

En medio de cuatro personas, inmovilizado, transpirado, estrujado, respirando olores matinales ajenos, rodeado de caras poco amistosas de pasajeros irritables que no quieren llegar tarde al trabajo, de vendedores ambulantes gritando a viva voz y de guardas que no piden boleto; el mismo sujeto balbucea indignado:

- ¿Qué mierda estaba pensando para querer venir a trabajar en tren?

miércoles, 3 de agosto de 2011

La siesta*

El pasajero observa indignado como una mujer junto con su bebe, se las rebusca para esquivar el colectivo que el chofer ha detenido violentamente sobre la senda peatonal.
“¡Qué hijo de puta!” piensa sobre el conductor.
La luz del semáforo se pone en verde y el Mercedes 1114 arranca.

El colectivo avanza. A las pocas cuadras un joven se acerca hacia la puerta delantera e ignorando el prehistórico cartel: “DESCIENDA POR ATRAS”, le pide al chofer por la parada.
El pasajero, que todo lo observa, tiene ganas de pararse y tomar al pibe por la nuca, señalarle el cartel y decirle: “¿Acaso no sabés leer pendejo?”... pero la realidad es que las ganas se le esfuman cuando ve subir a una mujer embarazada y dirigirse en su dirección en busca del asiento que le pertenece por ley. Inmediatamente el pasajero desecha sus intenciones moralistas, apoya la cabeza sobre la ventana, cierra los ojos y simula una siesta.








*La Siesta: Obtuvo el tercer puesto del concurso de microrrelatos 2010 "El escritor errante".