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Puertas para afuera (por las distintas calles
de la ciudad) las alarmas suenan estridentes y las sirenas chillan avivando el
caos que provoca el fuego. Nubes de humo vuelan por todos lados. Gritos,
llantos, lujuria e incomprensión. Llamas y explosiones.
Mientras tanto y puertas para adentro (y sepa
el lector que cuando decimos “puertas para adentro” nos estamos refiriendo a
palacios municipales, casa de gobierno, edificios ministeriales) reina un caos
similar.
Gritos, portazos, bronca e indignación. Llamas
y explosiones.
Es que estamos en condiciones de afirmar que
las autoridades se encuentran sumergidas en un grado de desconcierto desmedido.
Las pujas y las responsabilidades sobrevuelan los pasillos. Los teléfonos
arden. Los gritos van y vienen.
Es por todo esto que el Señor Ministro de
Seguridad y Defensa, presionado por el Presidente de la República, pierde la
cabeza y paradójicamente decide pedir la cabeza del jefe de la fuerza policial;
pues -a su criterio-, además de ser el causal de todos los males, lo considera
un gordo inepto que apenas puede moverse de su escritorio.
Está por hacer el llamado pertinente y el
Viceministro, que todo lo ve desde su posición inadvertida y de menor
protagonismo, le advierte que hacer una jugada de aquella naturaleza podría
perjudicarlo. Entonces el tecnócrata lo medita medio segundo, y prudentemente -antes
de tomar cualquier medida apresurada que le cueste el cargo-, decide una
reunión con el máximo responsable de la fuerza de seguridad, con carácter de
urgencia, para oír lo que tenga que decir. Y después… después decidirá…
Al cabo de unos minutos se reúnen en su
despacho y el Comisario General, Jefe de la Policía Federal, presenta un informe lapidario y alarmante:
1) Confirmado: La quema de automóviles en la
vía pública es una tendencia que ha vuelto a la ciudad en una escala pavorosa.
2) Presos los autores materiales e
intelectuales de los actos de vandalismo de otrora, las investigaciones giran
alrededor de posibles células externas pertenecientes a éstos mismos grupos…
Sin embargo, el Comisario General afirma -con
ciertos rubores faciales- que esta teoría de supuestas células vandálicas
dispersadas por las calles queda descartada, ya que tras varios días de arduos
interrogatorios y allanamientos, se llegó a la simple conclusión de que no
había ningún indicio, pista, huella o rastro de algún tipo.
El Flamante Ministro de seguridad trata de
mantener la calma.
Suficiente, dice con voz baja y atiende el
teléfono de su despacho que está sonando hace treinta segundos. Escucha, se
levanta y sale con apremio para la casa
de gobierno.
2
Ante este panorama no nos resulta extraño
pensar que el Presidente de la Nación haya convocado a una reunión de gabinete
y que su primer invitado fuese el máximo responsable de la cartera de
seguridad. Y si a algún lector le pareciera demasiado tomado a la tremenda este
súbito convite, sería bueno aclararle que la quema de coches es una
deflagración que aumenta con el correr de las horas, en un radio en constante
crecimiento.
Se nos está yendo de las manos, piensa el mandatario
mientras espera a su gabinete, observando las imágenes que vomitan las
pantallas de LED.
Ola de atentado dantesca, informan los zócalos.
Ya ni siquiera se respetan los horarios de antes. Los agitadores no se ocultan
tras la oscuridad de la noche negra y desierta para perpetuar los incendios.
Los momentos preferidos para los sucesos violentos son la mañana temprano y los
horarios de la siesta. Se cuentan entre varios los vecinos que asustados por
las explosiones vieron interrumpido su descanso.
Es por todo lo expuesto en las líneas
precedentes que consideramos más que lógica la decisión del Presidente. Que busque solucionar de inmediato el
problema que está en boca de la opinión pública es una muestra de sentido
común, eficacia y fobia electoral negativa. Pues de más está aclarar que los
dieciocho canales de noticias no muestran otra información que no esté
relacionada con la quema de coches. Es tanto el hambre por mostrar, que han
enviado a movileros y periodistas a cualquier sitio donde asomara un poco de
humo. Y así entonces es común y habitual encontrar reporteros desconcertados en
varios piquetes, en depósito de basuras, fábricas de ladrillos, quema de
pastizales; hasta inclusive en parrillitas al paso, degustando un choripán con
chimi churri.
En la sala se respira impaciencia e
intranquilidad. Muchos de los funcionarios no sólo se sienten presionados por
el Señor Presidente, sino que además hay distintos grupos de poder pululando
por los alrededores, haciéndoles saber a los burócratas -en muy buenos términos-
su modo de ver la realidad, y más específicamente, su punto de vista respecto a
los pirómanos desaforados.
Algún escéptico podrá pensar que estamos
hablando de lobby….
Los grupos que “aprietan” a los ministros son varios:
Por un lado tenemos a la Cámara de Comercio del
Automotor (CCA), la Asociación de Concesionarios de Automotores (ACA) y la
Asociación de Fábricas de Automotores (ADEFA).
Resulta que este trío no ve con malos ojos que a
un conjuntito reducido de lunáticos, se le ocurra prender fuego “un par de
autos de vez en cuando”. Además preguntan inocentemente: ¿Quién está en
condiciones de afirmar que se trata de vandalismo y no de situaciones fortuitas
-como un cortocircuito o una colilla mal
apagada-, lo que genera esos incendios?
Sin embargo y más allá de estas especulaciones,
los Ministros les preguntan a los voceros y presidentes de las distintas
cámaras y asociaciones, que qué hay con los damnificados. ¿Los damnificados?, Los
damnificados, responde el titular del ACA, Es tal la cara de contentos que
ponen al recibir una unidad nueva, que es como si se hubieran olvidado de todos
los males padecidos.
A esta altura, el lector ya habrá llegado a su
propia conclusión de que a estas tres instituciones, les importa poco y nada
que se investigue sobre los incendios y atentados. La verdadera razón es que
por todo esto, la fabricación y venta de unidades 0km han aumentado más de un
50% y ya es record histórico para la industria. Sin olvidarnos de las
transacciones de los usados que se han acentuado un tanto más.
Y qué curioso, hasta el secretario de la
Asociación de Garajes y Estacionamientos (AGES), que ha llegado tarde a la
reunión, apoya de manera tácita que se haga la vista gorda al respecto. Y sí,
los estacionamientos están colmadísimos. Ya nadie quiere dejar nada en la
calle. Las listas de espera son infinitas y las especulaciones, carroñeras y
variadas.
No obstante, en la vereda de enfrente nos
encontramos con otros sectores, que también presionan y que también quieren
llevar harina hacia su costal.
Entre ellos podemos enumerar a la Asociación de
Compañías de Seguro (ACS) como el gran perjudicado en todo esto y el que mayor
presión ejerce para que se solucione semejante problema. Obviamente está
respaldada por la Superintendencia de Seguros de la Nación (SSN). También
tenemos a los organismos de defensa del consumidor, las ONG´S y La Federación
de Bomberos Voluntarios (FBV) cuyo vocero sostiene que sus compañeros con tanto
incendio en la ciudad, están perdiendo definitivamente la voluntad que da
nombre y honor a su cuerpo.
El Presidente de la Nación escucha atónito el
descargo que realizan sus ministros sobre toda estas presiones. Pero piensa que
más allá del lobby que las distintas cámaras estén ejerciendo, la realidad es
la que hay, y más realidad se vuelve cuando los dieciocho canales de noticias
la muestran las 24 horas del día los 365 días del año.
Hay que buscar soluciones inmediatas, dice, Más
patrullajes, más cámaras de seguridad, pinchaduras de teléfonos y en el caso
más extremo, la caza de algún perejil (un chivo expiatorio) y después a rezar
que no se sucedan más hechos aberrantes como los que vienen padeciendo.
3
Una semana después de implementar éste último
plan recomendado por el Primer Mandatario, se vuelve a celebrar una reunión de
gabinete. El ministro del Interior y el de Seguridad y Defensa no tienen buen
aspecto.
Y bien, pregunta el Presidente, ¿En dónde
estamos?
Los dos ministros se tiran la pelota, y ésta le
cae al de Seguridad. ¿Quién si no?
Se aclara la garganta y tímidamente dice, En foja
cero.
Un golpe seco y repentino suena en el Salón
Norte de Casa de Gobierno. El Presidente piensa que son todos unos
incompetentes y que tendrá que hablar por Cadena Nacional para anunciar lo que
estaba evitando desde hacía semanas: decretar el toque de queda.
4
Ya está en su despacho y preparado para salir
al aire. Lo rodean maquilladoras, camarógrafos, iluminadores, asesores y muchos
“lameculos”. Está sentado en su
escritorio, mirando de vez en cuando la cámara, tomando un vaso de agua. Recoge
el papel donde está escrito el discurso que ha memorizado y lo esconde en el
cajón.
Ya estamos, grita, Ya salimos. El corazón
comienza a latirle, empieza el conteo final para salir al aire, 5, 4 ,3 ,2…
Y de pronto rompe la tensión un grito que viene
desde el fondo. ¡Paren! ¡Paren! Cancelen la Cadena Nacional. ¡Cayeron los
quemacoches! Exclama la voz con euforia y autoridad.
El Presidente siente una adrenalina extrema que
lo impulsa a pararse casi de un salto. Gesticula y con un hilo de voz apenas
audible, pide que se le haga caso al imprevisto vocero. Entonces va al
encuentro del portavoz y descubre que no es otro más que su Ministro de Educación. Grande es la sorpresa que se lleva al
notar que es el funcionario menos pensado el que parece haber solucionado el
problema.
Se juntan en su despacho. Precipitaciones de
preguntas caen y a montones: Dónde los tienen, Cómo los descubrieron, Cuántos
son, Son de la oposición, Es una operación política.
El ministro sonríe y le pide ante todo calma.
Le dice que están todos los implicados
detenidos en una escuela del norte de la ciudad, lo cual le da una idea de la
magnitud de involucrados que hay en el asunto.
5
La comitiva sale con celeridad de la casa de
gobierno. Van en caravana una veintena de autos blindados de vidrios oscuros
que marchan por las avenidas de la ciudad, custodiados por motos policiales que
a sirena limpia, van despejando el camino.
En el auto negro de insignia alemana viaja el
Presidente junto al Ministro de Educación, que sonríe ante la insistente y
constante interrogación a la que está siendo sometido por el Primer Mandatario.
Aguarde y verá, dice para calmar la fiereza
presidencial. Pero cómo no los encontraron antes, insiste.
Entonces el chofer estaciona frente al
establecimiento cuya bandera baila en lo alto del firmamento.
Entremos y véalo usted mismo, responde el
educador.
El chofer le abre la puerta, el Ministro le
pide que lo siga.
Mientras avanzan por los pasillos frescos de la
escuela, los maestros y docentes salen a saludar a la investidura máxima de la
República, y detrás del entusiasmo que genera aquella visita, sus rostros
muestran preocupación y por qué no, cierto temor.
A paso ligero llegan hasta el salón de actos.
El ministro empuja el portón que permite el ingreso a dicho recinto. El lugar
es enorme. Tiene escenario de madera en el medio y cantidad de sillas donde el
Presidente observa con cierto asombro a un millar de chicos sentados, quienes
al notar la presencia del Mandatario, inmediatamente se paran y saludan
cantando:
¡BUE-NOS-DÍ-AS-SE-ÑOR-PRE-SI-DEN-TE!
El hombre un poco desconcertado no logra
entender lo que está sucediendo frente a sus ojos: ¿se trata de una broma? ¿Una
sorpresa? ¿O simplemente algo que busque satisfacerlo en ese momento de crisis?
Dubitativo al principio, finalmente considera
la última opción como la más lógica y valedera.
Le agradezco la sorpresa, dice con una sonrisa,
Pero Ministro, Le exijo me lleve de inmediato con los vándalos.
Entonces, el funcionario apoya su mano derecha
sobre el hombro del Mandatario y lo mira a los ojos. Los tiene delante suyo.
Los quemacoches son estos niños, Señor Presidente.
FIN
EPÍLOGO
Encontrados los culpables y “detenidos” todos
ellos, nos resta dilucidar y desenmarañar una serie de cuestiones pertinentes
para que el relato cierre su círculo.
¿Fueron realmente ellos, los chicos? ¿Tienen
algún vínculo con los anarquistas que años anteriores perpetraron actos
similares pero en inferior escala? ¿Cómo hicieron para pasar desapercibidos?
¿Cómo los descubrieron? ¿Qué los motivó?:
Al primer interrogante no le corresponde otra
respuesta que un SÍ enorme y con letra mayúscula por más de que al lector le
cueste creerlo. Fueron ellos, los nenes, pequeñines de entre siete y once años,
los autores intelectuales y materiales de lo que la prensa denominó “EL
INFIERNO DE DANTE”. Una consecución de atentados perfectamente sincronizados
que fueron creciendo en intensidad por todo el ancho y largo de la ciudad.
Fueron perpetuados en horarios donde los adultos o estaban muy ocupado
dirigiéndose hacia sus trabajos (mañana temprano) o se encontraban muy
relajados durmiendo una siesta (media tarde). Y fíjense que esto no es casual
porque ambos son momentos del día donde los pequeños caminan juntos y en
bandadas hacia sus respectivas escuelas. ¿Qué más inocente que un grupo de
chicos con su guardapolvo blanco camino a estudiar?
Los horarios de los ataques guardan también un
vínculo extraordinario con el alcance que han tenido los atentados, pues
escuelas hay muchas, y niños que concurren a ellas muchos más.
Con respecto al hecho de que tuvieran algún
tipo de relación con los pirómanos presidiarios, las autoridades insisten en
confirmar que no. Que ninguno de los más de mil “angelitos” que formaron parte de la quema de coches tuvo contacto,
parentesco o trato con los detenidos. Sin embargo, lo que los pediatras y
psicopedagogos no pueden negar, es la posibilidad de que alguno de los niños
haya visto algún noticiero, en el cual se mostrara o hablara del accionar que
estos grupos tuvieron años anteriores, y que por lo tanto, eso haya podido
influir en cierto modo en el inconsciente de los pequeños.
¿Y cómo es que hicieron para burlarse de las
fuerzas policiales y los organismos de inteligencia durante semanas?
El Ministro de Educación le explicó al
Presidente que esa pequeña genialidad se debió básicamente a que la
organización de cada acto era concebida con la práctica de un método milenario
y antiguo: el boca a boca.
Sí, los chicos planificaban todo en los patios
de las escuelas, durante los recreos, en las formaciones, en las canchitas de
futbol, en el club del barrio, en las plazas… y siempre en voz baja. Lo cual
nos hace inferir que con ello, no se dejaba ningún tipo de registro o prueba
fáctica que pudiera dirigir a los organismos de seguridad hacia los culpables.
Otro hecho fundamental y que vale la pena dejar
de manifiesto para que la sociedad aprenda a futuro, es la subestimación que
los adultos tienen hacia ellos por considerarlos tan sólo lo que son, niños.
Niños que se aprovecharon de su condición y de ese menosprecio, para poder
llevar adelante sus planes.
Finalmente, gracias a Dios, el Himno y a la
Patria, fueron puestos en evidencia cuando un maestro, al tomar el cuaderno de
uno de los pequeños que denotaba problemas de aprendizaje, encontró una nota
comprometedora donde se detallaba el ataque diario a una determinada cantidad
de coches.
Cuando se le preguntó al chico qué significaba
esa nota, respondió que era un mensaje que había intentado memorizar y que no
lo había logrado; razón por la cual se vio obligado a escribirlo en un papel.
Papel que se olvidó de tirar y que llegó a manos del docente, quien
inmediatamente lo dio a conocer al director del establecimiento.
La cadena siguió así sucesivamente rango a
rango, hasta llegar a los oídos del Ministro que con suma celeridad voló hacia
Casa de Gobierno.
Con lo expuesto hasta aquí, que a decir verdad
guarda cierta lógica y coherencia, estamos en condiciones de afirmar que el
lector se lleva más o menos un panorama casi acabado de la gran problemática
que azotó a la sociedad y a la ciudad entera.
Pero hay una cuestión única y elemental, piedra
fundamental de todo este embrollo (dicho con cierto eufemismo) que no se debe
escapar de la recapitulación que se está realizando en las presentes líneas.
Esta madeja se desenredó más o menos así:
Dígame señor Ministro, Dígame que fue lo que
los impulsó. Preguntó, casi rogándole el Presidente.
Entonces el funcionario de la cartera de
educación con gesto amable y comprensivo lo invitó a tomar un paseo por las
inmediaciones del barrio.
La Autoridad máxima de la República lo miró en
un primer momento con cierta sorpresa, luego aceptó la invitación.
Salieron sigilosamente por la puerta de atrás.
Lejos de las miradas indiscretas de las cámaras. Caminaron. Caminaron por horas
y mientras andaban por las distintas calles, bajo ese atardecer tranquilo y
apaciguado, con un sol que huía difusamente por el horizonte, el Ministro de
Educación le explicaba y señalaba con el dedo las imágenes que daban fundamento
a sus comentarios. Eran imágenes viales henchidas, colmadas y con un alto grado
de saturación para la vista humana: callejones, calles, vías, avenidas
devoradas por un sinfín de autos, camiones y camionetas estacionados. Autos,
camiones y camionetas que se fueron devorando los cordones, las veredas, las
zanjas… las calles y junto a ello, los
juegos…
Ese era un escenario real, crudo, verdadero;
pero particularmente muy distinto al que El Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas vivió durante su infancia.
Entonces entró en razón, su mente se iluminó,
se sensibilizó. En ese lapso temporal dejó de ser el Presidente de la Republica
y volvió a ser un chico más. Un chico lleno de sueños y alegrías.
Un chico que jugó al fútbol en una calle sin
tráfico durante una noche de verano; un chico que pintó con tiza una rayuela
sobre las baldosas de las veredas del barrio; un chico que jugó a la macha… que
hizo carreras…que tiró piedras.
Un chico que saltó e hizo piruetas sobre
cordones grisáceos con su patineta… con su bicicleta… y que desafió a las leyes
de la gravedad, caminando cual equilibrista por esos mismos cordones que había
usado como rampas para otros juegos.
Volvió a ser ese pequeñito que salía con su
piloto amarillo para hacer navegar los barcos de papel que le fabricaba su
madre. Navegarlos sobre esas zanjas acaudaladas cual ríos torrentosos…
Señor Presidente, Señor Presidente, lo sacó del
ensimismamiento el Ministro de Educación.
El Primer Mandatario apagó el proyector y volvió
al presente, a su presente, y se puso a observar esa perspectiva de autos
fugando a un punto infinito, cuadra tras cuadra. No quitó la mirada a esos
coches amontonados unos sobre otros, casi asfixiados, mal estacionados, acumulando
suciedad, mugre, oprimiendo el juego de ellos. De los chicos. Y
consecuentemente causándole uno de los peores dolores de cabeza de su corto mandato.
Señor. Qué hacemos, preguntó el ministro un
poco conmovido porque, en cierto modo, creyó adivinar los pensamientos del
jefe. Los absolvemos, interrogó tímido.
Y El Presidente, El Presidente de la República,
El Primer Mandatario, El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas cuando
estaba a punto de responder divisó en el aire un cuervo volando sobre su
cabeza. Esta imagen inmediatamente le recordó las presiones de los grupos de
poder, el Lobby, la industria, el motor del país, los canales de noticias, la
oposición…y entonces respondió indignado:
Cómo se le ocurre, ¡Los mil! Si me oyó bien, ¡los
mil a reformatorio!