viernes, 18 de septiembre de 2009

Caracoles

- ¡Hola!
- ¿Bruto? ¿Sos vos?
- ¡Si!... ¡Sí!... - Reconoció la voz del interlocutor al otro lado del teléfono -… ¿Quién sino?...
- ¡Che! Necesito que vengas a casa urgente.
- ¿Ahora?- Preguntó.
Afuera, en la calle, el viento arremetía con fuerza sobre la copa de los árboles, que se movían de un lado a otro sin parar.
- ¡Sí! ahora…
- Es que…
¡Clic! Luego el tono.
- ¡Me cortó! – Exclamó indignado.
Bruto se levantó del sofá perezoso, con destreza se puso las pantuflas, y esquivando monitores, plaquetas, y teclados, fue hasta el cuarto en busca de un abrigo y un par zapatillas.
Abrió la puerta que daba a la calle, el frío era penetrante. Arrugó el entrecejo, se subió el cuello del saco y comenzó la peregrinación.
- ¡Qué tanta urgencia!... ¿Será por esa plata que le debo?

A Bruto se le vino a la mente, con estremecedora nitidez, la imagen de la noche en que se habían conocido. De eso no hacía más que un par de meses.
Lorenzo se acercó desinteresadamente cuando él estaba discutiendo con el levantador de apuestas.
- ¡Te juro que te pago la semana que viene!
- Eso ya lo venís diciendo desde hace mucho…o pagás ahora o…
- ¿Cuánto es lo que te debe? – Interrumpió una voz desconocida -... Tomá, y lo que queda, ponelo todo al número dos.
Bruto abrió maravillado los ojos ante el gesto noble y desinteresado de su salvador anónimo.
- Pe… pero…- Tartamudeó.
- Está todo bien, soy Lorenzo… hoy es por ti, mañana será mí.
Por vergonzoso que fuera admitirlo, los dos eran apostadores empedernidos de las carreras ilegales de caracoles, que se realizaban a espaldas de la ley, en los oscuros sótanos de la calle suipacha, en pleno centro de Buenos Aires.
- ¡Gracias Lorenzo!
Aquel agradecimiento selló el comienzo de una peculiar amistad… digo peculiar, porque ni uno de los dos sabía mucho de la vida del otro. A excepción de los lugares de residencia y de sus ocupaciones.
Bruto se sorprendía de la ostentosa casa en la que habitaba su nuevo amigo.
- Demasiado para el sueldo de un cartero – Le comentaba, a lo que él respondía.
- Apuestas fuertes al caracol ganador – y le guiñaba el ojo izquierdo.
Y Lorenzo, se sorprendía de la pocilga en donde vivía un técnico en redes.
- Apuestas fuertes al caracol equivocado.

La tarde caía en medio de un escenario desolador y desértico. El asfalto parecía haberse devorado a toda la gente….
- ¡Qué Frío!... – Dijo mientras encogía los hombros -… Soy el único infeliz que sale con éste día. Pero bueno…Ayer fue por mí, hoy es por él. ¡No le puedo fallar!... Quizá, hasta me perdone la deuda.
Las luminarias comenzaban a abrir sus ojos anaranjados. El sol ya se había escondido en el horizonte. La luna, a media altura, lo observaba marchitarse.
- ¡Brrrrrrrrrrrrrrrrr!...
Sus labios relincharon caprichosamente, despidiendo un vapor níveo.
- Sólo un par de cuadras más….
Cada paso de su zapatilla de lona (número cuarenta y cinco), dejaba sobre la vereda una estela de hojas secas, que al ser trituradas, emitían un crujir estentóreo.
- San Lorenzo 2724… ¡Acá estamos!
Se paró frente a la puerta del lindo chalet que tenía su amigo. La caminata le había acelerado el ritmo cardíaco.
- Tengo que hacer más ejercicios… No puede ser que me agite así como si nada.
Estaba por llamar a la puerta, cuando sus dedos lo hicieron dudar, entre tocar timbre, lo cual implicaba sacarlos del reconfortante refugio en el que se habían convertido los bolsillos del saco; o limitarse a gritar.
- Loren…
La puerta se abrió estrepitosamente. Lorenzo puso la mano tibia sobre la boca de Bruto…
- ¡Sh!... Callate... – Susurró. Luego lo tomó por el brazo y lo metió hacia adentro.
Bruto, asustado por toda la situación empezó a repetir hitericamente:
- No tengo la plata, no tengo la plata…
- No, no es eso, ahora tengo que irme…
- ¿Cómo?... ¿A dónde?.... ¿Para que me decís que venga si te vas?
- No tengo tiempo… después te explico. Sólo necesito que te quedes en casa media hora. No más que eso…
- Pero…
-¿Podés cuidarme la casa treinta minutos?
- Si…pero…
- ¡Está bien!
Lorenzo echó un portazo y se perdió en la oscuridad, abrigado con un piloto negro, viejo y desgastado.

- ¡Qué casa!- Dijo Bruto con admiración -… Y pensar que yo tengo alquilar ese departamento mugroso…
Caminó unos metros, se sentó en uno de los sillones de pana y apoyó los pies sobre una pequeña mesa de madera con vidrios. Un cenicero de porcelana cayó sobre la alfombra.
- ¡Uy!...
Pero al rebotar sobre la tela, evitó el estallido.
- ¡No se rompió!
Agarró el objeto, lo colocó en su lugar originario.
A un costado de la habitación, el fulgor del hogar, dibujaba sombras animadas y amorfas sobre el piso. Evadió su vista hacia las llamas, se quedó hipnotizado por el resplandor, un minuto, tal vez dos.
“¿Qué tanta urgencia?”
Salió del trance. Vio la piel de sus manos adquirir nuevamente tonos rosáceos.
- ¡Ah!¡Que bueno!
Giró el rostro hacia la pared que estaba delante suyo. El televisor estaba tan muerto como las hojas que había pisado hacía un rato.
- ¿A ver que hay?
Buscó con la vista el control remoto. Ni rastros. Hizo una nueva búsqueda… Nada.
- Voy a tener que pararme.
Cuando estaba por levantarse sintió una rigidez debajo de su pudor. Llevó con más certeza que curiosidad, la mano derecha hacia ahí.
- ¡Acá está! – Gritó triunfante mientras levantaba el mando del aparato – ¡ON!
La TV se prendió.
De pronto, la pantalla comenzó a parpadear con vértigo: Dibujos animados, paisajes glaciales, hombres de saco y corbata dando las noticias del día, partidos de fútbol…
- ¿Quién estará jugando? – Preguntó sin interés.
Pasaba de un canal a otro, en un zapping casi frenético, sin prestarle atención a nada de lo que emitía la pantalla.
- ¿A dónde habrá ido?... ¿Para que me llama así, como si nada?... ¡Menos mal que no era por la plata!¡Jejeje!
El pulgar dejó de presionar el botón que cambiaba los canales, cuando sus retinas se vieron reflejadas por la placa palpitante de crónica TV.
No tuvo tiempo de leer los títulos, pues el rugido feroz de su estómago llamó poderosamente su atención.
- ¡Tengo hambre!
Bruto fue hasta a la cocina y se sorprendió por lo bien equipada que estaba. Todos electrodomésticos de último diseño. La heladera, el microondas, el horno….
- ¡Un lavavajillas!...- puso los ojos como huevos – ¡Qué bien deben pagar en el correo!
Mientras observaba la ostentación culinaria de su amigo, fue saqueando unas galletitas para la merienda de las siete. Cuando ya se había hecho del botín, tomó una pequeña bandeja, y lo colocó sobre ella.
De pronto, y sin esperarlo, le llegó un sonido, un pequeño golpe. Asomó la cabeza por el umbral y miró hacia la puerta de calle, para ver si Lorenzo había regresado… nada de eso.
- ¡Suerte! – No quería compartir el tentempié con él.
Con la bandeja a cuestas, fue hasta la sala, se sentó frente al televisor. Puso los pies sobre la mesita, esta vez con más cuidado que la anterior, y cuando sus dientes estuvieron a punto de ponerse en acción, de nuevo aquel retumbo. Giró el cuello automáticamente en la dirección que provenía el sonido.
El televisor, por su parte, seguía mostrando la placa con vehemencia, informando sobre la noticia del momento.
Bruto se paró algo fastidioso.
Otro golpe.
- Creo que viene de ahí.
Caminó con sigilo por un delgado pasillo con pisos de parquet, hasta que llegó al pie de la escalera de madera.
Debajo de ésta había una puerta que comunicaba a una especie de cuartito, donde Lorenzo, seguro guardaría todo ese tipo de cosas inútiles.
- ¿Quien anda ahí? – Preguntó con voz entrecortada.
Nada.
- ¿Quién anda ahí?
Otra vez el golpe. Bruto pegó un salto. Se quedó paralizado. Miró hacia los costados. En uno de ellos descubrió un paragüero de bronce estacionado sobre el pie del primer escalón. Ni lo dudó. Con la mano derecha tomó una de las sombrillas, negra y con un pico plateado, bastante estrafalaria. Y entonces, armado, reanudó la marcha.
Llegó hasta la puerta del cuartito y con suavidad colocó una de las orejas sobre la placa de madera.
¡Pum!
De nuevo un salto.
Al cabo de unos segundos, la exaltación que le había provocado el susto desapareció, en aquel momento llevó la mano izquierda hacia la falleba, la giró cuidadosamente. Entornó la puerta con movimientos lentos y pausados, y cuando generó el espacio propicio para que cupiese su cuerpo, emprendió el ataque:
- ¡Ahhhhhhhhhhhhhh! - Gritó.
El cuarto estaba oscuro, pero en la penumbra pudo distinguir al hacedor del barullo.
- Un gato…- dijo con alivio - ¿Un gato?
Sus manos se deshicieron del paraguas para levantar al animalito.
- ¡Ah! ¡Es un gatito siamés!... con lo que me gustan los gatos. ¿Por qué no me contó nada Lorenzo? ¿Habrá salido a comprarle comida? ¡Qué tipo raro!
Con la mano libre cerró la puerta, y se llevó a la mascota hacia el salón, donde la televisión seguía prendida.
Ambos se sentaron, Bruto en el sillón, el gato sobre sus regazos, y sin preámbulos comenzaron la degustación. Papas fritas, galletas de chocolate, bizcochos…
Ya estaban los dos casi satisfechos cuando Bruto tomó el control para comenzar con el zapping frenético. De repente una imagen demasiado familiar, el dedo cambia de botón y retrocede de canal.
- Mirá… Es parecido a vos – le dijo al felino que lo miraba con cara de despreocupación.
Era increíblemente parecido, pero, a decir verdad, pensó: ¿Acaso no son todos los gatos iguales? Siguió la vuelta al mundo en ciento ochenta canales, y al cabo de unos minutos, apareció de nuevo la imagen del gato, esta vez en otro noticiero.
- ¡Qué increíble!... – dijo sin prestarle demasiada atención. De pronto sintió ganas de tomar algo- …Tengo la boca seca, voy a tomar algo… ¿Me acompañas?
Se paró por tercera vez. De fondo, perdidas en la calle, se escuchaban unas sirenas. Se agachó, tomó el control remoto, puso más fuerte el volumen, para seguir la noticia (Aunque mucha atención no le estaba prestando). Y fue caminando hacia el otro lado de la casa.

“Estamos en vivo…” Decía el presentador del noticiero.
- Vamos gatito, quizá tengas suerte y haya un poco de leche…
“… y en directo…”
- ¡Sí! Yo creo que si. Lorenzo debe tener leche…- Repetía entusiasmado mientras llevaba el gato en alzas. De fondo las sirenas se acoplaban con el tono serio del periodista, que salía a grandes decibeles por los parlantes del televisor.
“… desde el hipotético lugar…”
Dejó al felino sobre el piso. Con curiosidad tomó una nota que estaba pegada en la puerta del refrigerador. Luego abrió la heladera. El gato sintió un ruido, sus orejitas giraron hacia la calle, y sin dudarlo se fue.
“…donde el famoso secuestrador…”
Bruto advirtió el gesto, apurado tomó el cartón de leche, luego abrió el papel y leyó: Hoy por ti, mañana por mí. Sonrío por la representativa frase que su amigo Lorenzo le había dejado imantada en la heladera.
“…de mascotas tiene de rehén a un gato siamés…”
El técnico en redes, salió de la cocina.
“… Michelle, su ultima víctima…”
Pasó junto a la escalera, se sorprendió ante el resplandor azul que entraba por las ventanas. El sonido del televisor estaba muy alto. El ruido de las sirenas parecía tan real. Siguió caminando hacia la puerta de entrada buscando al felino… Finalmente lo encontró, junto a una decena de armas que estaban apuntando a él.
- ¡Alto, policía!
Bruto se quedó estupefacto, con el cartón de leche en una mano y el papel con la nota, en la otra.