jueves, 28 de enero de 2010

Neurosis


La casa está construida al frente, tiene una puerta de dos hojas, alta y angosta, recorrida en toda su extensión por unos vidrios esmerilados que dan un poco de privacidad dentro de la misma. A los costados de la puerta hay dos grandes ventanales con rejas y postigones, todo en hierro forjado.
Un timbre blanco y viejo ubicado a considerable altura del piso es oprimido. El sonido estridente conmueve al visitante que acaba de tocarlo. Éste mira hacia los lados, deja pasar unos segundos y con insistencia vuelve a presionar el botón.
- ¡Ya va!... – Dice una voz femenina desde el patio interno de la casa – Ya va.
Un rostro entrado en años se asoma y sonríe diplomáticamente.
- Hola Adrián... – Dice.
Adrián es un muchacho de veintisiete años, de tez blanca y pelo negro, que lleva unos anteojos de marcos anchos y que no sabe combinar muy bien la ropa que viste.
- Hola – Responde el joven y entra a la casa atolondrado.
La mujer hace un gesto de fastidio.
- Acá vamos de nuevo – dice resignada.
Adrián se enfila por un pasillo de baldosas blancas y negras que comunica el patio con los demás ambientes de la casa, luego entra en una habitación. La mujer lo sigue y cierra la puerta del cuarto tras de sí.
El se acomoda en uno de los tantos sillones que hay distribuidos en el lugar; ella, por su parte, toma asiento en una mecedora de buena madera que está ubicada intencionalmente en un rincón. Ambos tienen algo para decirse y casualmente, los dos dudan en hacerlo.
Ella vacila si decirle o no que va a derivarlo a un colega, porque aún no sabe si realmente va a hacerlo.
El duda si contarle o no sobre un mail que ha leído, porque sabe que ella va a enojarse mucho. Aun así, él supone que ese mail no es tan malo como los otros.
La mujer abre un cuaderno y dirige la mirada hacia él.
- ¿Cómo estás? – Pregunta.
- Bien
- Yo te veo más tranquilo...
- Si, pue...puede ser... – Adrián habla, casi tartamudea.
- ¿Qué te pasa?
- Nada Silvia...
Silvia es una mujer de sesenta años, trigueña de rostro y con ojos verdes. Es de baja estatura, de profesión Psicoterapeuta. Usa lentes de contacto.
- ¿Recibiste algún mail? – Indaga aun sabiendo cual es la respuesta.
- Si...quise eliminarlo...pero... – Adrián baja la vista para escapar a la mirada inquisidora -... pero no pude... terminé leyéndolo.
- ¿¡En qué habíamos quedado!? – Lo regaña Silvia.
El joven se para, camina hacia otro asiento, y se echa encima. La psicóloga lo sigue con la mirada. Trata de hablar con pausa, busca claridad en sus palabras, quiere persuadirlo, hacerlo entrar en razón como lo ha intentado desde hace meses sin mejora alguna. La verdad, no sabe para que lo hace; pero acá va de nuevo.
- Adrián, tenés que dejar de leer esos mails. Tenés que hacer el esfuerzo. Por lo menos hasta que podamos controlar un poco tu cabeza. ¿Entendés?...- Toma un poco de aire y sigue con la perorata -... los ansiolíticos solos no hacen nada. Hay que tratar de modificar las situaciones, y el primer paso es esquivarle a esos mails que tanto mal te hacen.
El paciente entiende claramente lo que la psicóloga le dice, la observa en silencio, por su cabeza corre una sola cosa, y es que el mail que recibió ayer no le parece dañino.
- No se si hace falta que te repita que tu patología requiere trabajo y voluntad. Una Neurosis fóbica-obsesiva no se cura de la noche a la mañana...

Adrián lleva meses de tratamiento sin ningún avance a la vista, la neurosis domina completamente su conducta racional y social.
Este desequilibrio mental se manifiesta una mañana cualquiera, cuando Adrián revisa su correo electrónico y lee una de las tantas cadenas de mails que le llegan. El título le llama la atención:
“Conocida cadena de Fast food utiliza carne de extraña procedencia en sus hamburguesas”.
Mientras lee el mail, empieza a sudar, el ritmo cardíaco se le acelera. Comienza a sentir angustia, miedo, ansiedad y unas ganas terribles de esconderse debajo de la cama. Un click se produce en su cabeza.
Su primera decisión post lectura es no pisar más un local de Mc Donals; decisión que reafirma un tiempo después, cuando le llega otro correo electrónico que habla de la muerte de un nene de tres años por sobredosis de heroína, al clavarse una jeringa en el pelotero de un local de la misma firma. Si, la de los Arcos Dorados.
Por su parte, el destino parece jugar un papel determinante en el agravamiento de la patología del muchacho, pues mails de éste tipo le llueven a montones y de forma continua.
Como aquel que recibe una noche y que cuenta la historia de una persona que es infectada con VIH, cuando se pincha con una aguja al sentarse en la butaca del cine de Unicenter, y que además, encuentra una nota aclaratoria que le informa sobre su nueva situación: “Acabas de ser infectado por el VIH”. El mail termina aconsejando revisar los depósitos de monedas de los teléfonos públicos y de las máquinas de café antes de meter los dedos, porque según la policía, allí también se utilizan éstos métodos macabros.
Adrián reenvía el correo a todos sus contactos y desde aquel momento deja de ir al cine, no usa más los teléfonos públicos y sólo toma café en su casa.

Silvia lo nota raro, ausente o como que se guarda algo. Entonces busca revalidar su discurso e intenta recordarle lo malo que ha sido para él todo ese embrollo durante los últimos tiempos.
-... Adrián... – dice mientras se agarra el dedo meñique de una mano con el pulgar y el índice de la otra
-... Dejaste de ir al cine... - Ahora se toma el anular.
-... a Mc Donals... - Sigue el mayor.
-... dejaste de ir a fiestas con tus amigos por temor a que te drogaran y aparecieras en una bañera con un par de órganos menos.
Adrián abre los ojos como entrando en la cuenta de algo.
- ¡Ah! Me olvidé de decirte. La semana pasada me llegó uno sobre unos vendedores de perfumes que se paran en el estacionamiento de Walmart y te ofrecen probar...
La psicóloga no lo deja terminar.
-...Y es eter, y te desmayan y te roban todo.
- ¿Cómo sabés? – Pregunta sorprendido.
- Porque me lo reenviaste. ¿Ese era el último mail que recién me dijiste que no pudiste evitar leerlo?
- No, no – Responde casi inmediatamente – ese es otro. Me llegó ayer. Después te lo mando – Dice, aunque no sabe todavía si va a hacerlo.
-Bueno, después me lo mandás... retomando al de la semana pasada, al leerlo ¿Dejaste de ir al supermercado?
- No, porque yo no voy, pero le advertí a mi mamá.

La madre de Adrián como tantos otros miembros de la familia, es victima de su Neurosis. El padre, que no soporta más aquella situación decide hacerlo tratar de inmediato cuando su hijo, a raíz de un mail, empieza a creer que en Taiwán las personas comen fetos humanos como manjar de moda.
- ¿Pero cómo vas a creer en una barbaridad como esa?- Grita su padre en medio de la cena.
- Papá, los chinos comen cualquier cosa...
- Pero si estás hablando de taiwaneses...
- Taiwaneses, chinos, japoneses ¿Qué diferencia hay? Son todos iguales.
- ¡Basta! – Grita el padre – Mañana mismo vas al psiquiatra, que te medique yyy...no se, que te mande a hacer terapia, pero así no te aguanto más!
Para esa altura Adrián ya ha dejado de concurrir a lugares públicos de gran conglomeración, ha modificado sus hábitos de consumo. Ha dejado de tomar dos de sus bebidas preferidas (Coca-cola y Bayles) porque ha leído que juntas producen una perforación en el estómago. En su primera sesión se lo cuenta a Silvia y ella al oírlo sonríe cariñosamente.
- Eso es similar al dicho del chancho con cerveza y al de la zandía con vino... Adrián, son meros mitos, no podés creer en ellos.

Tiempo más tarde, Silvia entra en la cuenta de que no va a poder curar al paciente. Si bien el primer día de la entrevista tuvo un diagnóstico esperanzador, ahora cree que es irreversible dada la poca predisposición de aquel.
- Adrián...Si vos no ponés voluntad, nunca vas a curarte.
El joven la mira, no gesticula, pero sonríe con la mirada.
- ¿Porqué me mirás de ese modo? – Pregunta ya sin paciencia – La semana pasada trabajamos toda la sesión para tratar de bloquear la lectura de esos mails. Y hoy venís y me decís que leíste la última cadena que te llegó...
Silvia se siente desbordada. La frustra el hecho de no poder avanzar nada en este caso. Desde hace semanas viene manejando la posibilidad de hacerse a un costado, pero su orgullo no se lo permite. Adrián la mira y esboza una sonrisa.
- ¿De que te reís? – Pregunta Silvia y finalmente comenta lo que hasta hace un rato dudaba en decir - ¿Sabés que? Hace semanas que vengo pensado...creo que hasta acá llegué. Sí, voy a derivarte a un colega. Me di cuenta de que no puedo seguir así. Te fallé y te pido perdón, creo que la persona a la cual te derivo va a hacer las cosas mejor que yo.
Eso es lo que dice, pero no lo que piensa. Silvia tiene la certeza de que el caso de Adrián es un caso perdido, pero por lo menos, con la derivación se saca ese peso de encima mas allá de la impotencia que le genera.
Ya es la hora, Adrián se para, le da un beso en la mejilla y se retira por el mismo camino por el cual había entrado. La sesión termina. Silvia dijo lo que tenía para decir, Adrián se lo guardó.

Pasan dos o quizá tres semanas, no tiene importancia. La cuestión es que Silvia no puede sacarse la mala espina del fracaso que significó la derivación de su ex paciente y quiere saber como anda con su nuevo psicólogo, entonces toma el teléfono, digita el número del colega y espera que éste la atienda.
Tras una breve charla, Silvia corta y se dirige a la cocina. Su marido está preparando un café y nota que la mujer tiene lágrimas en los ojos.
- ¿Qué te pasa? – Pregunta. Silvia arranca un paño del rollo de papel de cocina y se suena la nariz. Luego lo mira a su esposo.
- Vos sabés que no debo hablar de mis pacientes pero... ¿Te acordás de Adrián?
- Sí, del neurótico de los mails. El que derivaste hace unas semanas...
- Si, ese. Resulta que hablé con mi colega...
- ¿Y?
- Le dio el alta... Me dijo que el día que fue a la primera sesión la patología había desaparecido completamente, que Adrián había vuelto a hacer una vida normal...
El marido la abraza, busca llenar el vacío del fracasado con un poco de afecto. Silvia sigue perturbada.
- La verdad que no lo comprendo....Estoy tan angustiada ¿Cómo pudo él y yo no?
- Bueno, ya está bien – La consuela - ¿Querés un café?
- No, no, gracias... – Responde la mujer con la mirada perdida -...Tengo que chequear mails. Con tanto trabajo, hace semanas que no lo hago.
Silvia va hacia su escritorio, prende la computadora y se sienta frente al monitor. Entra a su casilla de correo electrónico. Asombrada descubre que hay uno de Adrián con fecha de hace dos o tres semanas, cuando aún él era paciente suyo. La Psicóloga pestañea frente a la pantalla no entiendo bien de que se trata, hasta que recuerda que el desencadenante de su frustración es ése último mail que Adrián no pudo dejar de leer. Ese mail que en la sesión no se lo comentó.
- Finalmente me lo reenvió – Dice con voz entrecortada.
A medida que lo va leyendo, el sentimiento de angustia que la había atacado al hablar con su colega desaparece.
Para que se den una idea, el título del mail dice así:
¡Cuidado! ¡Cadenas de mails con mitos urbanos causan desequilibrios mentales!