viernes, 24 de julio de 2009

H1N1

Esa mañana de lunes Jorge se levantó con sueño. A pesar de ello, salió de la cama y de pasada al baño prendió la televisión. Mientras se lavaba la cara, escuchó los títulos del noticiero de la mañana: “Ya son nueve los muertos por la gripe A”. Salió la voz del periodista por los parlantes de la TV.
Desde hacía una semana, cuando se había confirmado el primer caso de influenza en el país, que los medios de comunicación no hablaban de otro cosa. Jorge, que ya estaba harto del asunto, reprimió un repentino impulso de ir y apagar el aparato. Sin embargo aquel titular le trajo a la mente el recuerdo latente de la pandemia y de manera repentina la asoció al dolor de garganta que hacía un par de días venía padeciendo.
- ¿Tendré gripe porcina? – Se preguntó así mismo mientras se palpaba la zona buscando una posible inflamación.
- ¡Na! – Respondió y unas gotitas de dentífrico salpicaron el espejo.
Jorge había decidido no caer en esa paranoia colectiva. Fue por eso que desde el primer día había intentado no prestarle el más mínimo interés, aunque los Mass medias hicieran todo lo posible porque lo tuviera muy presente.
Luego del aseo matutino, se sentó a la mesa, apagó el televisor con un control remoto y con el otro prendió la radio: “Gripe porcina: Consejos útiles para evitar el contagio. En caso de encontrarse en una situación límite y no tener un barbijo a mano, use el cuello de su abrigo, la bufanda...” Dijo la locutora con autoridad científica.
Rendido definitivamente ante el monopolio, Jorge se resignó y desayunó con la radio de fondo. Después de un rato agarró la mochila y se fue a tomar el colectivo.
Hacía bastante frío en la calle, volvió a recordar el dolor de garganta, y automáticamente se acomodó la bufanda que llevaba en el cuello. Caminó casi una cuadra soportando los embates del frío, llegó a la parada, apoyó la espalda contra la pared y mientras esperaba el colectivo se entretuvo leyendo los titulares de los diarios: “Nuevos decesos por gripe A” “El gobierno evalúa decretar emergencia sanitaria” “Posible adelantamiento del receso escolar” “Cerrarían cines y teatros”.
Se dio cuenta de que todos los titulares eran más de lo mismo. Como si el repartidor no hubiese traído los diarios de ese día y el canillita estuviera obligado a vender los de la jornada anterior. A lo lejos se escuchó el inconfundible motor del colectivo que se acercaba por el adoquinado de la calle. Jorge dejó a un lado los matutinos, se subió, sacó boleto y fue a sentarse al fondo.
Contrariamente a todas las mañanas, la ciudad parecía estar vacía. Los carteles sobre posibles prevenciones comenzaban a adornar las calles. Jorge trató de ignorar todo ese maquillaje cosmopolita improvisando una efímera siesta, pero un par de cuadras antes de bajar, un muchacho de aspecto famélico se paró a su lado aferrándose con las dos manos al pasamano. Es que el chofer estaba apurado y el vehículo se asemejaba más a un zamba que a un transporte público. En fin, la cuestión fue que el muchacho empezó a toser horrorosamente. Jorge se molestó un poco por ello, levantó el perfil y le propinó una mirada inquisidora; pero aquel que parecía estar más dormido que despierto, no la percibió.
Entonces muy a su pesar, Jorge se acordó de los consejos que había dado la locutora radial y se llevó la bufanda hasta la nariz, tratando de protegerse.

A eso de las nueve llegó a la oficina y en vez de ir directamente hacia su escritorio, se descubrió en el baño lavándose las manos con abundante agua y jabón. Se le escapó una risa irónica: “Me estoy volviendo loco” pensó mientras se miraba al espejo.
- Aunque un poco de higiene nunca viene mal.
Promediando la mañana, cuando ya había chequeado cantidad de mails sobre la gripe porcina, algunos de ellos informando correctamente sobre las prevenciones que había que tomar para el caso; y otros contando sobre conspiraciones terroríficas de grandes laboratorios; llegó su jefa.
Jorge, que estaba concentrado leyendo un mail que informaba que las personas sanas al usar barbijos se vuelven más proclives al contagio - contradiciendo rotundamente a la locutora de la radio -, pegó un salto del susto.
- ¡Hola Susana! – Saludó y se acercó hasta la mujer para darle un beso.
- No, no... Está bien, por un tiempo hay que evitar este tipo de contactos...
Jorge sonrió de compromiso sin entender bien lo que quería decirle su jefa. Ella se percató del desconcierto.
- Por la influenza.
- ¡Ah! ¡Claro! Perdón...
Volvió a sentarse frente a la computadora, abandonó las cataratas de mails y se puso a trabajar.

Cerca del mediodía Jorge salió a almorzar con dos compañeros de oficina. Comer afuera era un buen modo de combatir la apatía del lunes.
Se sentaron en la mesa de siempre.
- Mirá – Dijo uno de los compañeros sonriendo y levantando con la mano una botellita plástica con alcohol en gel. Jorge miró indignado y se mordió el labio inferior.
- Mejor prevenir que curar – le respondió la moza que había notado el gesto de Jorge y que además llevaba puesto un barbijo en la cara - ¿Qué se van a servir?
Jorge ordenó un pollo al horno con papas y los otros dos lo imitaron. Mientras esperaban por sus platos, arriba del mostrador, colgada de unos soportes metálicos, había una televisión cuyo canal sintonizado rezaba con grandes letras rojas: “¡Ya son 10 las victimas fatales!”
Cuando terminaron de almorzar la placa roja había cambiado de número, ahora eran 11 los muertos por la gripe porcina.
Los tres sujetos pidieron la cuenta, pagaron y se dispusieron volver a paso muy lento hacia la oficina, cuando a mitad de cuadra pasaron por una farmacia que tenía un par de letreros en la vidriera que anunciaban: “¡Llegaron los barbijos! ¡Se agotan!” “Hay alcohol en gel”.
Los compañeros de Jorge, Pedro y Pablo, entraron al negocio.
- ¿Qué hacen? – Preguntó – No van a caer en esa...
- ¡Dale! No te hagas el rebelde. Vení y comprá antes que se agoten.
- ¡Dejate de joder!
Dijo ofuscado y siguió caminando hasta la oficina. Ya todo ese asunto lo estaba poniendo de muy mal humor. Ni siquiera el encargado de limpieza de la empresa quiso compartir unos mates a media tarde. “Es por la gripe de los chanchos, no lo tomes a mal pibe”.
Cuando se hicieron las cinco, Jorge buscó escaparle a todo ese enjambre de mentes súper preocupadas por un hipotético contagio y fue directo al club. Un chapuzón en la pileta le haría muy bien para olvidarse de los psicóticos; pero al parecer el miedo por la enfermedad había llegado hasta su propio refugio, y es que en la puerta del lugar había una nota que informaba el cese de actividades por tiempo indeterminado. Jorge, incrédulo, se guardó las ganas de chapotear un rato y se fue hasta su departamento. Abajo en la vereda, como era costumbre, se encontró a Ramón, el encargado, con una escoba en la mano.
- Buenas tardes Jorge.
- ¿Cómo le va Ramón?
- Bien, bien... ¿Le cuento las últimas novedades? – le preguntó casi con desespero. Su indiscreción evidentemente lo dominaba.
- ¿Qué? ¿Un muerto más por la gripe A?
- ¡No! ¡No! Gracias a Dios no se murió aún.
- ¿Quién? ¿Qué pasó? – Jorge se sorprendió - Estaba haciéndole una broma.
- ¡Ah!...Pensé que sabía. El del décimo se agarró la porcina. Fui hasta el chino de la otra cuadra para comprar desinfectantes... Parece que se enteró y subió el alcohol en gel. ¿A usted le parece?
- Y... estamos en Argentina Ramón. No me extraña nada... – respondió Jorge con ironía - ... hablando del chino, voy a comprar algunas cosas. Me parece que esta noche voy a hacerme un guisito de lentejas.
- ¡Claro! Con este frío... ¡Que rico!...
- Si, tal cual... bueno, nos vemos.
- Hasta luego - Saludó el portero y siguió barriendo el polvo de la vereda.
Jorge llegó al mercado, dejó la mochila en un locker. Luego entró y tras saludar a los dueños del negocio se paseó por los pasillos un buen rato.
Tras pasar lista a las fechas de vencimiento de todos los productos perecederos que se estaba llevando se dirigió a la caja, momento en el que se acordó que necesitaba un shampoo. Jorge giró sobre si mismo y caminó hasta el sector de perfumería. Buscó por las góndolas y antes de agarrar lo que necesitaba, sus ojos no pudieron obviar el enorme cartel que exhibía el precio del tarrito de alcohol a treinta pesos.
- ¡Treinta pesos! ¡Qué chino chorro!
Dijo y se quedó unos minutos pensando. De fondo la radio anunciaba una defunción más por causa del H1N1.
- Y bue, no me puedo arriesgar - Dijo con un tono de resignación - El tipo del décimo está infectado.
Entonces tomó el shampoo, el alcohol en gel y finalmente cuando estaba camino a la caja puso en el changuito dos aerosoles idénticos que estaban en oferta y que habían llamado poderosamente su atención.
Al contacto con el lector láser, los dos repelentes contra mosquitos aparecieron en el tablero digital de la registradora por la módica suma de cuatro pesos.
El cajero lo miró a Jorge con cara de circunstancia a lo que él le respondió.
- En septiembre y con el Dengue, estos me los vas a cobrar como veinte mangos.

domingo, 5 de julio de 2009

Messenger


Ese sábado a la tarde, como la mayoría de los sábados a la tarde, su Messenger se encontraba demasiado vacío. No había casi nadie conectado excepto Neo y Poly, a quienes había condenado eternamente al grupo de “Otros contactos” y con los cuales no había hablado en años.
Neo era un técnico en computación, un enfermo de los procesadores y los software, que le había arreglado una vez su computadora y le había sacado casi una semana de su laburo con media hora que le había costado la reparación.
A Poly la conoció en su frustrado paso por la facultad. Habían formado parte de un grupo en sociología con un puñado de pendejos que habían terminado de convencerlo de que lo académico no era lo suyo. No se acordaba bien a qué se dedicaba Poly, ni cuantas veces había chateado con ella. La única certeza que tenía era que cambiaba los nicks a diario y que muchas veces había pensado en eliminarla justamente por eso.
La flechita del mouse pasó revista por todos los grupos que tenía creados en el Msn, y siguió sintiéndose el más solitario de toda la red. Suspiró con fastidio, miró el local completamente vacío, luego se levantó de la silla y fue hasta el mostrador.
- Pibe, ¿Me hacés un cortado? – Sus palabras retumbaron en el negocio desierto.
El chico que atendía el Cyber no lo miró. Tenía los ojos concentrados en el monitor.
Pasaron uno, dos, tres y hasta cuatro segundos:
- Bueno – Le respondió a secas.
- Estoy en la máquina veintidós.
El chico sonrió como un estúpido al leer lo que le aparecía en una de las quince ventanas que tenía abiertas en el Messenger y a los cuatro segundos volvió a hablar en un tono monocorde.
- Está bien...
El hombre regresó a su máquina, sacó un paquete de puchos que tenía en el bolsillo de la camisa y se puso a fumar. Consultó el reloj que tenía en la muñeca.
- ¡Son las dos y media de la tarde! El único infeliz que está conectado soy yo.
De pronto decidió que lo mejor era irse a ver televisión o a dormir una siesta.
Pero justo cuando se estaba levantando para cancelar el café y pedirle al muchacho que le cerrara la máquina, apareció en la pantalla el alerta de un contacto que estaba conectándose. Una tal Debi...
Se sentó automáticamente, clickeó sobre la ventana para ver de quién se trataba.
No pudo reconocerla por la foto ya que era chiquita, “aunque bastante alentadora” Pensó. Entonces se fijó en la dirección de mail como un segundo recurso:
Deborashine@hotmail.com
No tenía ni idea de donde la había sacado. Y es que con tanta gente dando vueltas por Internet, podía tratarse de una amiga de un amigo, de un conocido de un conocido, o alguna persona que había encontrado en alguna página de chat.
Abrió la ventana, estudió un poco más la foto y aguardó que Debi le hablara. Se quedó unos segundos expectante con los dedos sobre el teclado, pero no aparecía ni una palabra en el cuadro de diálogo.
- Mmmm... Le hablo yo.


Leo dice:
Hola...
Debi dice:
Quien sos? Te conozco?
Leo dice:
Puede ser, no se…
Debi dice:
Decime quien sos o te elimino. No me gusta hablar con gente que no conozco...
Leo dice:
Paraaaaaaaaaaa, no te enojés...

Al parecer, ese “pará no te enojés” que Leo le puso, ablandó un poco el corazón histérico y virtual de la muchacha. Del otro lado de la pantalla ella sonrió y las palabras empezaron a fluir.
- Acá tenés.
Era el pibe del Cyber que traía en la mano derecha una taza de café humeante. Ahora el que sonreía como un estúpido frente a la pantalla era Leo, concentrado en el chat frenético que había empezado. El chico no esperó a que el sujeto se deshipnotizara, apoyó el café sobre la mesa y volvió al mostrador para seguir chateando con sus amigos.
Las agujas del reloj comenzaron a pasar más aceleradamente y como si nada se hicieron las cuatro, luego las cinco.


Leo dice:
Bueno Debi...me tengo que ir...
Debi:
Ya?...
Leo dice:
Hace como dos horas y media que estamos chateando...
Debi dice:
Tenés razón...como pasa el tiempo acá, no?
Leo dice:
Si, si...


Y muy a su pesar, Leo se despidió de Débora. Fue hasta el mostrador, pagó las horas que había consumido junto al café y salió al mundo real.

Al sábado siguiente, a las dos y media de la tarde, Leo estaba sentado en la misma máquina, tomando un café, fumándose un cigarrillo, aguardando, esperando.
- No se va a conectar – Susurró.
El pibe del local seguía abstraído en lo suyo, mirando el monitor, sonriendo. Leo estaba intranquilo, su sistema nervioso le pidió otro pucho. Lo sacó del paquete, se lo puso en la boca y cuando estaba por prenderlo, el divino sonido y la pantalla de alertas aparecieron en el margen inferior derecho de la pantalla: “Debi”


Leo dice:
Holaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Debi dice:
Hola, como estás tanto tiempo?


Ese fue el puntapié inicial de una charla que duró más de dos horas, y que incluyó interrogatorios de ambos lados. Gustos, hobbies, laburos, familia, amigos. Leo escribía a gran velocidad.

Leo dice:
Cheeee, nunca me dijiste tu edad..
Debi dice:
20


Ese número fue un balde de agua fría para la inseguridad y los treinta y cuatro años de Leo.

Debi dice:
Y vos?


El hombre se quedó pensando, no sabía si mentirle o decirle la verdad.

Leo dice:
30
Debi dice:
Ah, mirá vos...


“¿Qué quiso decir con ese “mirá vos”?” pensó.

Debi dice:
Me gustan los hombres más grandes.

Leo suspiró aliviado y sonrió como tonto. De pronto se sintió tan seguro de si mismo que no sólo pensó que ya se la había ganado, sino que además se creyó con el crédito suficiente para pedirle una foto. Sólo faltaba eso. Si aprobaba iba a proponerle de juntarse en algún lado.

Leo dice:
No tendrías una fotito por ahí? La del msn se ve muy chiquita...jejeje
Debi dice:
A ver...

Leo volvió a sonreír, se frotó las manos y tanteó el paquete de cigarrillos, estaba vacío; pero no le importó en absoluto. Miró la hora, ya casi eran las cinco y media. Hacía un buen rato que estaba ahí.
- Me da la foto y me desconecto – se dijo a sí mismo.
El rostro de una linda chica apareció en la pantalla.
- ¡No se le ve el cuerpo! – Protestó.
Al rato le envió otra donde aparecía de cuerpo entero apoyándose sobre un árbol.
Leo sonrió y escribió “Y si nos encontramos en algún lado en estos días?”, pero al notar que la ventana le avisaba que Debi le estaba escribiendo en simultaneo, decidió no enviar el mensaje y esperar a ver que tenía ella para decir.

Debi dice:
Pasame una tuya...
Leo dice:
Estoy en un Cyber...si querés fijate en mi
espacio.

El pulso se le aceleró. ¿Y si Débora veía sus fotos y se daba cuenta que era un poquito más viejo? O algo peor. ¿Y si no le gustaba? Y al cabo de unos minutos en los cuales ninguno de los dos se mandó mensajes instantáneos...

Debi dice:
y si no vemos hoy tipo 7 y media?

Una mueca de triunfalismo desfiguró el rostro de Leo.

Leo dice:
En un par de horitas? Dale!!!!!


Antes de desconectarse y despedirse quedaron en verse en un barcito de avenida Santa Fe y Callao.
Leo fue corriendo hasta su departamento, se afeitó y se pegó una ducha rápida. Luego buscó un poco de plata que tenía guardada en una lata de Pringles, la guardó en la billetera, y tras apagar todas las luces y cerrar con llave la puerta de entrada, fue caminando hasta la estación de subte. Los veinte minutos que duró el viaje, fueron los veinte minutos más largos de su vida. Los nervios le carcomían la cabeza. El desfile de vendedores ambulantes pudo distraerlo un poco hasta que finalmente llegó a la estación Callao; se bajó del vagón, optó por subir por la escalera mecánica y una vez en la superficie caminó a ritmo moderado por Callao hasta llegar a Santa Fe.

Como muchos bares de Buenos Aires, éste también estaba ubicado en una esquina. Leo se paró en la vereda, miró a través del vidrio para buscar a “Su” cita y en la inspección advirtió que el lugar estaba bastante concurrido. Había parejas de ancianos, grupos de amigos que tomaban cerveza y picaban unos maníes, algún que otro turista, unas chicas que tomaban café con torta; pero de Débora… ni rastros.
Abrió la puerta y esquivó las tres mesas que estaban ubicadas cerca de la entrada, buscó con la vista un lugar un poco apartado, sin tanta exposición. Cuando lo encontró fue a sentarse, desde ahí podía ver el mundo exterior, pero no ser visto con tanta facilidad.
- Mozo – dijo. El mozo se detuvo - ¿Podría ser un cortado?
- Si señor, como no…
Adentro del bar, la acústica no era muy buena, las voces de la muchedumbre se convertían en una especie de orgía sonora para sus oídos, especialmente la de esas mujeres que no paraban de gritar y reírse, sobre todo la del sacón azul que de vez en cuando se daba vuelta para mirarlo.
Leo tomó la taza con el pulgar y el índice y le dio un pequeño sorbo al café, para saber qué tan caliente estaba.
Mientras tanto afuera, cantidad de personas pasaban delante de las vidrieras y ninguna parecía ser Débora. Miró el televisor un poco ansioso para corroborar la hora que marcaba el canal de noticias. Los diez minutos que habían pasado, junto a los gritos de las desaforadas de la otra mesa le ponían los pelos de punta.
- ¡Jefe!- levantó la mano y con un gesto característico murmuró por otro cortado.
Cuando ya iba por el tercer café y estaba dispuesto a reconocer la derrota, la mujer del sacón azul se paró y fue a su encuentro.
Leo quedó desconcertado con la actitud de la mujer, pues en un principio no la reconoció, sobre todo porque la silueta no coincidía con la que había visto hacía un par de horas en la foto.
Leo entrecerró los ojos y con una sonrisa forzada preguntó:
- ¿Débora?
La muchacha rió con inocencia y dos hoyuelos se marcaron en sus mejillas regordetas.
- Je, je... No te reconocí, che...
- Es que te pasé una foto de hace un par de años. No tengo muchas actuales.
- Claaaro, mirá vos… jejejeeeeeh… sentate.
- ¡Gracias!
De pronto y como era de esperarse, se produjo un silencio incómodo que en medio de aquel bullicio no se pareció en nada a un silencio.
- Ehhh, ¿Y que hacías allá con tus amigas? Te dabas vuelta para mirarme y no me decías nada.
Débora sonrió esta vez sin inocencia. De repente los cachetes se le pusieron de un colorado intenso, como si alguien acabara de sopapearla.
- Te estábamos estudiando con las chicas. No podía venir sola, casi que no te conozco.
Leo sonrió incomodo ¡Sin saberlo se había convertido en un objeto de análisis de una logia de come tortas!
- Bueno, me encantó verte, pero tengo que irme. – Dijo Leo. Débora quedó un poco desconcertada y a pesar de ello los hoyuelos volvieron a marcárseles en ambas mejillas – Me había surgido un compromiso de último momento y no quise dejar de verte. Así que dije, paso un ratito aunque sea…Jeje!
- ¿En serio? – preguntó ahora un poco más tranquila. Él no la estaba rechazando, sino que había pospuesto una urgencia solo para verla.
- Si, pero ahora tengo que irme.
- Bueno. No importa, arreglamos para otro día.
Leo se paró, le dio un beso en la mejilla.
- Si, dale, hablamos – dijo y salió disparado por la puerta.

El cyber estaba desierto como todos los sábados a esa hora. El chico del mostrador seguía con atención sus conversaciones. Un poco más alejado, en la máquina de siempre, Leo divagaba con la mirada mientras pasaba revista por su Messenger esperando que alguien se conectara para sacarlo del aburrimiento. El humo del cigarrillo que se consumía solitario sobre un cenicero, se mezclaba con los vapores de un cortado recién servido. Leo tomó la taza por el asa y cuando estaba por darle el primer trago al café, escuchó el sonido de inicio de sesión. De repente una efímera sensación de esperanza le invadió, pero... ¡era Débora! Entonces, su mano buscó desesperadamente el mouse y con rapidez la bloqueó. Cuando recuperó la calma, le dio un sorbo al café, una pitada al pucho y sin remordimiento alguno se embarcó en la espera de algún milagro.