viernes, 23 de octubre de 2009

Hipólito, el pretendiente

La mesa, que era larga y de buena madera, estaba cubierta por un mantel de finísimos lienzos que protegía el exquisito listón de los nocivos efectos gastronómicos. Sobre la superficie de la misma, había esparcidos un sinfín de platos que emanaban una sabrosa mezcla de aromas y olores. Dichos vapores emergían sensualmente a la estratósfera del excéntrico comedor y hacían brotar agua de las bocas de los allí presentes.
Alicia, que estaba sentada a la derecha de su marido, golpeaba con impaciencia sus dedos cargados de oro, sobre uno de los tenedores de plata que habían sido colocados minuciosamente al costado de la costosa vajilla por el personal doméstico.
- ¡Siempre lo mismo con tu hija! – escupió con cianuro.
- ¿Mi hija?... – Preguntó el hombre con clara ofuscación –... Pensé que también era la tuya.
Al oír aquella afirmación, la mujer improvisó una mueca que pudo interpretarse como una sonrisa.
- ¡Mirá! realmente cuando hace ésta cosas, no lo es.
- ¡Ah! Tranquilizate ¿Querés? No te anticipes a los hechos.
- No, no... – Tomó la copa de vino, le dio un pequeño sorbo – yo no me anticipo nada. Ya estoy curada de espanto con sus pretendientes... Primero trajo a un taxista, después a un carnicero...
“Otra vez no” pensó el hombre mientras se mordía el labio inferior.
-... Después trajo a ese cocinero de mala muerte. Todo negrito y chiquito. Ella decía que era chef, pero nos enteramos gracias a Martinita que el muchacho vendía panchos en un puesto de la costanera…
- ¡Mamá! ¡Basta! – Protestó Martina que estaba sentada frente a la mujer – Te dije que no dijeras nada.
- Martinita, no te preocupes.
- ¡Y no me digas martinita! ¡Este año cumplo dieciséis!
- Bueno, como quieras – Levantó de nuevo la copa, apuró el trago – Da lo mismo. Le hiciste un bien a tu hermana.
Martina no escuchó la excusa que le había dado su madre y preguntó con atrevimiento.
- ¿Podemos comer? Me muero de hambre – No esperó respuesta, tomó el tenedor del postre y lo dirigió directamente a los arrolladitos de matambre que había sobre una de las bandejas de plata.
- ¡Martina!... – Gritó el padre furioso. Alicia lo interrumpió.
-... Ese es el tenedor del postre estúpida... ¡Escuchá a tu padre!
Eduardo movió la cabeza hacia los lados.
- Alicia, le iba a decir que esperara a su hermana.
- ¡Ah claro! Si...eh, lo mismo pensaba yo... – La piel bronceada de la mujer y sus labios pintados de un rosa furioso se reflejaron en la hielera donde reposaba el vino - Que buena cosecha ¿No?
Eduardo, que no quería escuchar más a su mujer, sacó el celular del bolsillo.
- Voy a llamarla. Tal vez tuvo un inconveniente con el auto.
- ¡Ay! A propósito del auto. Hoy ví un Jaguar extraordinario... ¡Eduardo, no sabés lo que era! ¿Qué posibilidades hay que puedas comprármelo el mes que viene?
El hombre estaba concentrado en la pantalla del celular...
- ¡Shhhhh! Silencio...- Se quedó unos segundos dubitativo -... ¿Otro auto? Hace seis meses te compré la Cayenne...
- Si, pero ahora la tienen todas las chicas del club...Ya no es original.
- ¿Y mi auto para cuando? – Protestó Martina.
- ¡Jajaja! ¡Escuchala a la mocosa!...
- ¡Este año cumplo dieciséis!
- Hasta los diecisiete no podés manejar hijita - Respondió el padre con afecto mientras intentaba llamar a Luján.
- Obvio que no podés manejar. Además, yo a tu edad andaba en colectivo. Así que…
De pronto, Lujan entró por la puerta del comedor interrumpiendo la perorata de la madre. Estaba acompañada por un muchacho (su pretendiente) de gran estatura, con unos ojos verdes grandotes y pelo castaño.
Los tres se quedaron en silencio, petrificados, mirándolos mientras éstos se sentaban junto a la mesa. Tras unos segundos de incómodo mutismo Martina preguntó:
- ¿Comenzamos?... ¡Ay!
Su madre la había pateado por debajo.
- Martina, por favor, no seas grosera – decía toda sonriente – Luján trajo visita, comportate.
- Gracias mamá, pero no hace falta todo esto. Podemos comenzar cuando quieran – Repuso Luján.
Entonces los brazos abordaron los deliciosos manjares y los sirvieron en sus respectivos platos, a excepción del invitado.
- Hipólito... ¿Qué te sirvo?
- ¡Ah! Que lindo nombre.
- Basta mamá, dejalo tranquilo.
- Luján, no exageremos, tu madre solo le comentó que le parecía lindo su nombre.
Repuso el padre a modo de conciliación. Los cachetes del muchacho se pusieron colorados.
- Gracias señora, disculpe, tan solo soy un poco introvertido.
“Ay, que educado” Pensó Alicia. La situación la estaba entusiasmando.
- Servite – Dijo Luján mientras le pasaba el plato lleno de comida.
- Gracias.
Hipólito miró el plato, y de soslayo observó al resto de los presentes, Alicia no le sacaba los ojos de encima. Dubitativo, estiró el brazo derecho y tomó el tenedor correcto. Alicia sonrió lujuriosamente y le hizo una mueca a Martina “Aprendé”. Martina frunció la boca, juntó las cejas y se puso a comer.

La velada era increíblemente amena hasta que Alicia decidió comenzar con su sutil proceso de investigación.
- Hipólito ¿Qué opinás del país?
- ¡Mamá!
Hipólito sonrió con cortesía, tomó del brazo a Lujan y le susurró que no había problema.
- Yo, querido, pienso de que si el gobierno no se amiga con el campo, no vamos para atrás ni para adelante...
- Y... La verdad que el campo está mal. Uno se la pasa trabajando todo el año de sol a sol y no es mucho lo que se saca.
Alicia se atragantó ante el comentario del muchacho. Tosió, se aclaró la garganta y le dijo a su marido.
- Eduardo, se acabó el vino ¿Me acompañás a buscar otra botella?
El hombre la observó extrañado.
- Pedísela a Marta- dijo con desgano. No tenía la más minima intención de levantarse del asiento.
- Ella no sabe donde están – dijo y le clavó la mirada. Eduardo advirtió el gesto y repuso:
- Si querida – Ambos se pararon – Con permiso – Se disculpó y se dirigieron hasta la cocina.
Eduardo tomó una botella de vino blanco de la heladera.
- Acá está. Es la última... Aflojale querés.
- ¡Sh! – Alicia lo tomó del brazo – ¿Lo viste al chico, no? Es apuesto, debe ser terrateniente. ¿Lo oíste opinar sobre el campo? Tengo que reconocer que me equivoqué. Parece que mi hija nos dio una buena lección.
- ¿Ahora es tu hija? Que cómica que sos, vamos a la mesa por favor.
- ¡Ordinario!

- Perdón chicos, pero sin el vino no puedo seguir.
Alicia se sirvió en la copa y le ofreció a Hipólito.
- Gracias – respondió éste.
La mujer le sonrió exultante.
- De nada... ¡Ay Luján! – Dijo para sacar un tema de charla - ...Hoy le comentaba a tu padre que vi el nuevo Jaguar XJ. Es extraordinario. Podría comprármelo y dejarte la camioneta a vos ¿Qué te parece?
- ¿Y a mí? – Preguntó Martina ofuscada.
- Callate Martinita.
- ¡Martina!
- Me da lo mismo mamá – Repuso Lujan.
Hipólito, a quien el vino comenzaba a hacerle efectos colaterales hizo un comentario al respecto.
- El último Jaguar es un auto espectacular, no solo el diseño, si viera el interior. Asientos térmicos en piel bondgrain, los paneles de raíz de nogal. Ni que hablar la motorización: 5.0 V8
Alicia sonreía libidinosa mientras el muchacho daba cátedra sobre autos.
-... si bien la Cayenne es preciosa, el Jaguar tiene más estilo.
- ¡Ay! Si, si... Eduardo ¿Lo escuchaste a Hipólito? ¡Ese auto es para mí!

Los siguientes veinte minutos el pretendiente se la pasó hablando sobre automóviles. Luján estaba contrariada e inclusive algo nerviosa, por el contrario, a su madre le brillaban los ojos.
- Terrateniente y amante de los buenos autos - Le susurró la mujer al marido mientras Marta servía el postre.
- Disimulá un poquito...
- “Callate”- volvió a decirle en un tono inaudible, luego levantó la voz - Y digan chicos. ¿Dónde se conocieron? ¿Cuándo? Cuente un poco...
Luján quiso responder, pero fue interrumpida por un Hipólito al que el vino le había aflojado la lengua más de la cuenta.
- Las vueltas del destino señora. Con los malos jornales que se pagan en el campo a los peones, me tuve que venir a la ciudad a buscar trabajo, por suerte encontré en el lavadero de la otra cuadra…
Luján sonrió incómoda.
- Si mamá, ahí nos conocimos…mientras Hipólito me lavaba el auto.
Alicia miró incrédula a su marido y olvidándose de los buenos modales y la cortesía, se paró, golpeó la mesa.
- ¡Es tu hija, Eduardo! ¡Definitivamente es tu hija!