Afuera, en las calles de una ciudad fría, la
noche calla. De tanto en tanto se siente un leve zumbido que crece en
intensidad y que rompe con ese silencio extraño y atípico. El caucho rodando
por adoquines viejos y olvidados es música para la calma que cobija su alma.
El sujeto que tiene la mirada perdida, apoya la
nariz en el helado ventanal y observa la avenida iluminada y desierta.
La pava silba y lo saca de ese estado de
introversión en el que se encuentra inmerso.
Camina hasta la cocina, toma una taza y se prepara un café humeante. El
aroma invade el ambiente y le da una efímera sensación de abrigo.
Abre la puerta y sale al balcón, se sienta en una
silla de madera que cruje quejosamente. El olor del café se mezcla con el
perfume de una planta de albahaca, en cuyas hojas de un verde intenso, se
refleja la luz de una luna brillante y perfectamente redonda. El sujeto, que
nota aquel fenómeno, levanta la cabeza y mira el anillo de cristal buscándote a
vos….pero no te encuentra.
De pronto y mientras aguarda tu aparición,
comienza a recordar viejos momentos. Una
sonrisa mezcla de pesares y alegrías amanece en su cara. Recuerda tu rostro,
tus ojos. Sabe que aquella picardía y desfachatez que fueron parte de tu
ternura permitió que se hicieran grandes confidentes.
El sujeto lleva la taza con las dos manos hacia
la boca y le da un sorbo. El sabor es intenso y consuela el dolor de una
garganta anudada por contener la congoja y la tristeza de tu partida. Su mente
sin embargo te sigue evocando:
Y aparece tu figura frente a sus ojos, que
abandonan lo oscuro de la noche y te ven sentada en el jardín de tu casa
tomando sol, con tu boina. Estás sola, disfrutando del silencio y anhelando la
visita de alguien que rompa la monotonía de los días, de las semanas, de tu
linda vejez. Y ahí aparece él, y vos
sonreís porque disfrutás de su dulce y achocolatada compañía.
Y en aquella proyección de diapositivas
temporales, la cronología se rompe, se desordena, el patrón se vuelve
disruptivo y lo lleva más allá, a su infancia; donde también estás vos, junto a
esos veranos hermosos, infinitos; disfrutando del agua, de las risas, los
gritos, los juegos y las peleas. Del olor del jazmín, del sabor de las uvas, de
la brisa estival y vespertina bajo la sombra del viejo aguaribay….
El individuo parpadea, y toda esa frescura y todo
ese verdor que contrastan con la penumbra de la noche y el collage grisáceo de
la ciudad, desaparecen. Mira la taza y está vacía. La borra del café dibuja
formas indescriptibles y caprichosas, como invitando a ser interpretada.
En la desolación de la madrugada, el paso de un
camión rompe el silencio en el que él está sumergido. Suspira, mira nuevamente
al cielo oscuro tratando de descubrirte. Es una rutina que viene haciendo desde
tu partida, desde aquel domingo a la tarde; sin embargo una nube caprichosa
envuelve a la luna y la oculta por unos instantes.
Entonces baja la mirada y observa en una esquina
del balcón, una botella vacía de un vino degustado, que le hace acordar los
asados en tu compañía. Le rememora aquel domingo en el que unas copitas demás
hicieron una fiesta de palabras en tu boca, avivando esa llama de picardía;
provocando risas, carcajadas. Pero además recuerda ese sinfín de anécdotas
tuyas. Siempre compartidas y nunca guardadas. Es que tu vida fue un libro
abierto de historias preciosas e inolvidables.
Imprevistamente lo sorprende un bostezo. Se levanta del
asiento que vuelve a crujir, y se dirige hacia la cocina. Decide prepararse
otro café.
Al cabo de unos minutos vuelve al balcón con la
taza en la mano, dispuesto a esperarte y a seguir recordando:
Recordar las recetas centenarias, sus charlas
cómplices, las meriendas con mate y bizcochitos….
Y de repente aquella imagen… la imagen de la
última tarde en que te vio.
De nuevo el dolor, de nuevo la sensación de
angustia. Sabe que son el fruto del no haberte podido decir adiós como hubiera
querido.
No obstante ese padecimiento se desvanece de pronto
y de manera mágica, cuando se sienta en la silla de madera, con el café recién
preparado y tras mirar el cielo; que se ha despejado ocasionalmente, por fin te
ve ahí arriba; centellando e iluminando con tu luz, la sonrisa blanca y los
ojos celestiales de éste sujeto, que se conmueve y se consuela, porque
comprueba que tus palabra fueron ciertas….
...Que a tu partida ibas a convertirte en una
estrella. En esa estrella brillando junto a la luna…
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